Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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viernes, 28 de diciembre de 2018

EL VIENTO


EL VIENTO
Viento soy..., vueltas doy..., y después de muchos, muchos años, aquí estoy, disfrutando de mi compromiso:  los niños. Cansado de tantos "dimes y diretes", de tanto complicar lo sencillo, de tanto dudar de la verdad, volveré a contar lo que vi, viví y sentí.
Recuerdo, que esa noche la temperatura del mar superaba en cinco o seis grados  la de la tierra, dando lugar a que yo me desplazara produciendo una suave brisa por el desierto de Jerusalén. Sin quererlo, me encontré inmerso en un remolino donde cada uno contaba los sonidos  que había transportado. Un aire fresco que venía de la noche contó que un ángel le había dicho a unos pastores que en la ciudad de David había nacido el Salvador. Un aire cálido proveniente del Oriente relató que tres magos seguían una estrella que los llevaría al Rey de los Judíos. Y por último, un viento seco y caluroso contó las aventuras de un matrimonio joven, que iban a empadronarse a Belén; él por nombre José, y su esposa María, que  estaba encinta. 
Yo, por naturaleza curioso, porque una de mis funciones es propagar el sonido, y cómo no las conversaciones, tomé la determinación de investigar noticias tan inquietantes:  Unos reyes, un ángel y un salvador. Salí como pude del remolino, y como aire que soy, tomé la dirección del Oriente, y extendí mi ser por el desierto. En unos minutos comencé a notar unas vibraciones que parecían llegar de un campamento. Dejé caer mi frescor, y al instante fui elemento material por el que discurría la conversación de unos personajes,  y los gruñidos de  unos camellos. Nunca llegué a saber si eran reyes o magos; solo sé que su tono era sobrio y majestuoso y que se llamaban Melchor Gaspar y Baltasar. Por lo que pude entender, su preocupación era una estrella. Al parecer, tenían el convencimiento de que la misma les conduciría a la presencia del Rey de los Judíos, al que querían adorar. Habían realizado un largo e incómodo viaje siguiendo la estrella de día y de noche, y próximos ya a Jerusalén, la estrella desapareció del firmamento. Esa noche fue larga, no dejaron de rastrear todas las constelaciones del cielo que vislumbraban. A la mañana siguiente tomaron una decisión: dirigir sus pasos a Jerusalén y preguntar por ese niño al que querían adorar.
Volví a tomar altura y puse rumbo a los cielos. Pensé que si conseguía localizar la estrella tendría respuesta a muchos de los interrogantes.  Además, estaba seguro que la estrella me lo contaría todo, pues al fin y al cabo, éramos casi compañeros y el espacio nuestra casa común.
La mañana comenzaba a clarear y el sol desperezaba las últimas sombras. -Allí, allí. No pude remediarlo. Fue tal la alegría, y con ellas tales prisas, que pase de brisa a casi huracán. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba delante de una estrella tan reluciente, que hacía sombra al sol. Le pregunté que quien era, pues nunca había visto una estrella con tanta luz. Me dijo que estaba cumpliendo una misión muy importante: -conducir a unos magos a Belén de Judá.
No entiendo nada, le respondí:  Belén era un pueblo pequeñito, pero muy conocido; cualquier comerciante de caravanas podría haber llevado a los magos allí.  No te equivoques, me respondió: no estoy aquí por Belén, sino por lo que va a suceder en Belén. ¿Y qué va a suceder? -le pregunté-. Me respondió con un destello que me hizo perder altura: -No todos lo entenderán.
El sol calentó la tierra del desierto y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para volver a Jerusalén. Allí me enteré de que los magos preguntaron al rey Herodes y, cómo este, reunió a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo  para interrogarles donde había de nacer el Mesías: En Belén de Judás, le dijeron, pues así está escrito por medio del profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentara a mi pueblo, Israel".
Fui atando cabos: los reyes estaban en lo cierto, y la estrella era una realidad. Solo me quedaba comprobar lo del recién nacido, al que uno llamaban el Mesías y otros el Rey de los Judíos. Como no tenia certeza del lugar, tomé la determinación de seguir a los Magos. Pasé desapercibido, pues el viento es una constante en estas tierras. Volví a ser portador de las conversaciones de sus majestades. La alegría que tenían me hizo adivinar que sus temores habían desaparecidos. Entonces, me eleve todo lo que pude y observé con alegría que la estrella volvía a presidir su camino. Fue cuestión de tiempo. Todos los datos confirmaban que estábamos en la dirección correcta. Preguntaron a unos pastores que -apoyados en su cayado- vigilaban el ganado. Su respuesta fue clara y concisa:  -¿El Mesías? Sí. A un tiro de piedra hay un montículo; si seguís todo recto veréis unas cuevas: allí lo encontraréis. La alegría volvió a envolver el tono de voz de todos y cada uno de los magos. Hasta la respiración de los camellos denotaba el esfuerzo por llegar a tan ansiado destino.
Yo me adelanté aprovechando mí volatilidad. Me acerqué sin que se movieran ni una sola de las acacias que bordeaban la colina.  Y sentí  por primera vez en mi vida una sensación impropia de mi naturaleza: Noté frío y calor, alegría y temor. Mi curiosidad comenzó a tener mala conciencia. Me abrí paso entre un grupo de pastores  y ... sentí que unas manitas  me acariciaban suavemente, jugaban con el aire -conmigo- y sonreía, y me hizo sonreír. No puedo explicar lo que sentí. Y me dejé querer, y me dejé tocar, y me dejé dormir, y... ¡hasta me respiró! y pasé cerca de su corazón, y... note al Mesías, al Salvador, a mi Dios...  Embelesado estaba, cuando una voz recia me hizo bajar  de mi cielo. Los Magos, porque para mí desde ese momento no habría más reyes, ofrecieron oro, incienso y mirra, y de rodillas lo adoraron y lo acariciaron, y si no le cantaron fue por esa tonta vanidad que impide a la sencillez  ser sencilla, como aquel Niño.
Los Magos tenían prisa, yo ninguna, pero la brisa se mueve y esa era mi vida. Aproveché y acompañé a los Magos en su despedida. ¿Por qué tanta prisa? Después... me enteré. El Rey Herodes les había dicho que cuando encontraran al niño, se lo comunicara para ir él también a adorarle.  Sin embargo, tuvieron un sueño que les avisó para que volvieran a su país por otro camino.
También me enteré de que María y José salieron a toda prisa, pues un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
Al final logré entender la prisa de los magos, y cómo no, la de la Sagrada Familia.
Unos días después, se produjo en los cielos de Belén y en toda su comarca, un ruido extraño. Un ruido como el que hace el viento cuando pasa  por las rendijas de las puertas y tejados. Pero no, ese ulular estaba producido por los alaridos de las madres a la que les eran arrebatados sus hijos : "Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande; es Raquel que llora por sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen".
Yo, impresionado por tanta maldad, cruce los cielos, y me dirigí a Egipto  hacia donde partió la Sagrada Familia. Ya tenían noticia de todo lo sucedido y ... "María conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
No podía permitir que los magos ignoraran la maldad de Herodes.   Aproveché una subida de temperatura para tomar altura y puse dirección al Oriente, por donde los magos volvian a su país . Tenía grabado en mi memoria los sonidos que brotaban de su caravana, y no fue difícil localizarlos. El problema que se me presentaba era como comunicarme con ellos. Yo podía oírlos pero ellos  solo me percibían por mi molesta presencia.  Estaba perdido. Me acorde del Niño, mi Dios, y le pedí un favor: Que mi ulular se convirtiera en sonido. Y así fue. Y les pude hablar, y me pudieron entender.  Y todo se lo conté, y sintieron dolor en su corazón.
Melchor, qué parecía tener la voz cantante, propuso:  -Es cierto que nuestro actuar ha estado imbuido por un misterio que no logramos entender. Pero hemos sido dóciles a una llamada y hemos recibido una recompensa que marcará nuestras vidas. Por lo tanto, propongo que a partir de este momento dediquemos nuestras existencia a los niños. Gaspar, tocándose la barba, dijo: -Querido Melchor,  me parece una buena idea, ¿pero cómo llegaremos a tantos niño? Baltasar, que hasta ese momento estaba en un silencio expectante, repuso: -¿Y... cómo hemos llegado hasta Belén?  Tomó la palabra Melchor y contestó: -Siguiendo la estrella.  -No solo -replico Baltasar-, también hemos puesto confianza, ilusión y esperanza. Por lo tanto, propongo que todo niño que en la fecha del nacimiento del Niño Dios nos pida con confianza, ilusión y esperanza un regalo, se lo haremos llegar. 
Desde ese día, la vida de los Magos, que iba a ser larga, muy larga, la dedicaron a lo que ellos llamaron el Día de Reyes.
Y yo, desde ese momento proclamé a los cuatro vientos que los Reyes existen, pero existen para los que son como niños y como niños nunca pierdan la ilusión,  que es el verdadero regalo, pues... nace del corazón.
                              
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viernes, 2 de noviembre de 2018

QUE NADIE ME QUITE MI LIBERTAD, PERO QUE ALGUIEN CARGUE CON MI RESPONSABILIDAD.


QUE NADIE ME QUITE MI LIBERTAD, PERO QUE ALGUIEN CARGUE CON MI RESPONSABILIDAD.
Creo que una de las primeras cosas que tenemos que enseñarles a nuestros hijos es el verdadero significado de una serie de palabras que circulan en su entorno y que han sido vaciadas de contenido, hasta el punto de que son expresiones que lo mismo valen para un roto que para un descosido, y que se utilizan en función de intereses personales o partidistas.
Una de esas palabras es "libertad". Acudamos a una de las acepciones del Diccionario de la RAE: «Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos».
En esta definición hay mucha tela que cortar. Lo primero que tenemos que tener claro es que la libertad es una facultad natural, es decir, viene inserta en la naturaleza del ser humano y por tanto en la de nuestros hijos. De ahí que tengamos que educar respetándola porque, como indica la definición, nuestros hijos pueden obedecernos o no obedecernos, estudiar o no estudiar, respetarnos o no respetarnos, hacer el bien o hacer el mal… En definitiva, ser felices –y hacernos felices– o ser unos infelices –y hacernos infelices también a nosotros.
Otro aspecto de la definición es la cuestión de la responsabilidad. Hay que hacerles ver y sentir en sus propias carnes que todo acto humano tiene su repercusión –positiva o negativa– en ellos mismos y en los que les rodean. Es más, si no la tuviera –premio o castigo–, los estaríamos engañando, haciéndoles un flaco servicio a su desarrollo como persona social. Si observamos, muchas situaciones negativas actuales son consecuencia de pensar o decir: –¡No pasa nada! ¡Déjalo, sabe Dios lo que le queda que pasar...!
Tenemos que hacerles ver que la libertad absoluta no existe, que nuestra libertad termina donde comienza la del otro y, que cuando la invadimos, faltando al respeto de los demás, se produce el conflicto. Hacerles ver los límites y las consecuencias de su actuar será una lección de utilidad para toda su vida y evitará en más de una ocasión que tengan que pronunciar estas palabras: –¡Si lo llego a saber…!
En definitiva, se trata de que nuestros hijos capten de una forma racional la verdad de lo que les rodea, haciéndoles ver que las cosas son de una determinada manera y no de otra.
Comenta Leonardo Polo que «sin el encuentro con la verdad el hombre no se desarrolla como tal sino que se queda en la situación de infantilismo y, en consecuencia, a los treinta años es un idiota. Porque el hombre está hecho para la verdad. Quien no tiene sentido de la verdad tampoco tiene sentido de la ley, no percibe el valor de una ley, esto es, no se da cuenta de lo que es una ley y de su carácter obligatorio. La ley se debe cumplir porque es ley y no por el hecho de que si no se cumple haya un castigo (…). Es muy importante que haya una cierta despersonalización de la educación, de que el interés del niño positiva o negativamente no esté determinado por las órdenes de sus padres, sino que esté determinado por un elemento impersonal que es la verdad».
(Del libro Educar. Arte, ciencia y paciencia)
  


viernes, 21 de septiembre de 2018

EDUCAR. ARTE, CIENCIA Y PACIENCIA


EDUCAR. ARTE, CIENCIA Y PACIENCIA
INTRODUCCIÓN
Cuando comencé a fraguar esta nueva aventura de escribir sobre la educación de los hijos, me planteaba: ¿qué pensábamos al respecto mi mujer y yo, cuando los nuestros eran pequeños? Aunque es bien cierto que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos en todos los terrenos, la realidad es que lo inmediato –su salud, si ponía peso, si el cuidado que le prestábamos era el idóneo, si…–, absorbía nuestro tiempo y nuestras energías.
Por otro lado los hijos llegaron sin el correspondiente manual de instrucciones. Pensábamos que eso de la formación de los hijos era importante, pero que ya habría tiempo para ello. Bastante teníamos con ir afrontando la novedad de lo cotidiano, la problemática que plantean la inexperiencia y unas criaturas que reclamaban una continua atención.
Si observamos, el ser humano es el animal que más ayuda demanda de sus progenitores. Nace indefenso y los necesita hasta una edad avanzada. A los animales irracionales –en cambio– les basta con un corto periodo bajo su tutela y con los instintos impresos en su naturaleza. La racionalidad y la libertad propias del hombre exigen un amplio periodo de formación.
Volviendo al tema de la educación, los expertos dicen que a los hijos hay que educarlos ya desde el seno materno. Como veremos, en este terreno como en tantos otros, las madres van por delante de los padres, por lo menos nueve meses. Y dicha educación tendrá su continuidad cuando vea la luz esa realidad que percibíamos en el vientre de la madre.
¿Pero de verdad que esa criaturita tan pequeña y tan tierna puede estar haciendo algo mal para que tengamos que comenzar a encauzarlo y corregirlo? Pues sí, eso parece.
En primer lugar hay una adaptación a su nuevo mundo –pues en el vientre de la madre era el rey–, dado que las condiciones han variado radicalmente: habitáculo, día y noche, comidas, etc. Si observamos, ya casi sin darnos cuenta estamos influyendo en los nuevos hábitos de nuestro hijo y comenzamos a educar.
Hablamos de educación. Pero aún no hemos definido dicho término. Educar procede de la expresión latina educare, y su significado es hacer crecer. Pues de esto se trata. Los padres tenemos la obligación y la responsabilidad de hacerles crecer. Pero la expresión "hacer crecer", no sólo se refiere a lo puramente físico o fisiológico –que con una buena alimentación se resuelve–, sino al crecimiento como persona: Educar la inteligencia y la voluntad. Aquí recurro a la Real Academia de la Lengua que, entre sus muchas acepciones, define el acto de educar como: «Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.».
Bueno, bueno, esto se está complicando. Pues sí, educar no es nada fácil. Es más, si queremos ponernos un poco nerviosos, enumeramos los sinónimos –palabras que tienen un significado similar o idéntico– de "educar": formar, instruir, aleccionar, ilustrar, adoctrinar, alfabetizar, guiar, dirigir, enseñar, orientar, perfeccionar, adiestrar, amaestrar, amansar, forjar, domar, encauzar, ejercitar, afinar, acostumbrar. ¿He conseguido que nos pongamos nerviosos…? Pues, para rematar la jugada, enumero los antónimos –palabras que tienen un significado opuesto–: malcriar, pervertir, torcer, viciar, corromper. Tú decides: ¿sinónimos o antónimos?
Tengo a mis hijos –a Dios gracias– casados, e incluso tengo un buen número de nietos. Y... vuelvo a recordar mis primeros años de padre y los criterios educativos que teníamos mi esposa y yo, para resolver la rica problemática que planteaban. ¿Éramos expertos educadores? ¿Teníamos claro cómo actuar? ¿Teníamos siempre la solución para afrontar con éxito las dificultades diarias? Pues si soy sincero, yo por lo menos no. Y me podrían preguntar: ¿Y... cómo te atreves a escribir sobre la educación? Pues porque el diablo sabe más por viejo que por diablo; y aunque el refranero dice que nadie aprende por cabeza ajena, me gustaría que estas humildes reflexiones hicieran pensar. Y espero que no nos ocurra lo mismo que al personaje de la siguiente historieta:
Un abogado le dice al cliente:
−Ha sido declarado inocente gracias a mi de-fensa. Pero, en confianza, dígame ¿robó usted el banco?
−Yo lo había robado, pero después de oír su alegato, ya no estoy muy seguro…
(Del libro Educar. Arte, ciencia y paciencia)
 


viernes, 31 de agosto de 2018

LA VERDAD LIBERA, LA MENTIRA ESCLAVIZA



LA VERDAD LIBERA, LA MENTIRA ESCLAVIZA
El hombre se cansa de todo: de su físico, de su trabajo, de su mujer o de su marido, de su coche, de su casa, de sus hijos y de todo lo que de una forma u otra le agostan sus expectativas de felicidad. Ni que decir tiene que si este cansancio está motivado por la pérdida del sentido de las realidades verdaderamente importantes, la vida se nos complicará de seguro.
En los medios de comunicación y en nuestro entorno coloquial, tendemos a la simplicidad y enmarcamos o encasillamos con estereotipos a instituciones, personas y actitudes, que pueden tener unas connotaciones positivas o negativas en función de las ideologías o de las modas. Por ejemplo, términos como autoridad pierden su verdadero sentido, pues se relacionan con autoritarismo, que es la mala utilización del que la ejerce. De ahí la importancia de profundizar en el sentido de las cosas.
Sin entrar en interpretaciones políticas, continuamente estamos oyendo dos expresiones que parecen antagónicas y que sin embargo tienen una fuerte conexión. Me refiero a las expresiones de conservadores y progresistas.
Decía en la introducción que "la verdad no se discute, la verdad se busca". Y que si se encuentra se conserva, pues sería absurdo tanto esfuerzo para nada. ¿Por qué avanza la ciencia? Porque la investigación se apoya en las leyes que descubrieron otros científicos en los distintos campos del saber humano.
Por lo tanto el verdadero progreso se da si me apoyo en la verdad. El error y la mentira llevan al hombre al desencanto y al sufrimiento. Eso sí, siempre tendremos la oportunidad de detenernos y reflexionar. Pues como diría C. S. Lewis en su libro El gran divorcio:
Una suma equivocada se puede corregir; pero solamente si se retrocede hasta encontrar el error y luego se vuelve a empezar desde allí; nunca se corrige con un mero seguir adelante.
(Del libro: La condición humana. Venturas y desventuras)


domingo, 12 de agosto de 2018

DUENDE



La noche cedía el relevo a un nuevo día. El sol, volvió a abrirse paso entre las nubes grises disipando las sombras que perezosamente se desdibujaban.
Esa mañana fue el sol -y no los ladridos de Duende- lo que despertó a Daniela.
Abrió los ojos y pensó en su pequeño perro. Dos lágrimas corrieron por sus cándidas mejillas al pensar que ya nunca le despertaría su alegre ladrido.
Saltó de la cama y corrió a la cocina donde María
-su Tata- preparaba el alimento diario. Se echó sobre su regazo y abrazándola, volvió a llorar desconsolada.
María, que conocía el motivo de su llanto, la tomó en sus brazos. Se sentó en la butaca, donde el balanceo y los consejos acallaron el encogido corazón de la pequeña.
-No llores, mi niña. Duende ya era viejecito y tenía que abandonar este mundo. Su tiempo en esta vida ya terminó.
-Y ¿por qué tiene que acabar? Respondió Daniela.
- Pues, porque en la vida todo tiene un tiempo.
¿Te has fijado -continuo María- en los rosales de la entrada?. No queda ni una sola rosa. Ya ves, fueron desapareciendo cuando cumplieron su misión.
Esta respuesta le llevó a otra pregunta.
-¿Entonces tú me dejarás pronto, como Duende?
A María se le saltaron las lágrimas y abrazando a Daniela le dijo:
-Sí, también tengo mi tiempo, pero no te preocupes, yo siempre te cuidaré.
-¿Entonces -pregunto Daniela- es el tiempo el culpable de que las rosas se marchiten, de que Duende se haya muerto y de que tú un día me abandones? ¡¡Si yo consiguiera detenerlo!!
-No mi niña –respondió María-, el tiempo no se puede detener, lo único que podemos hacer es aprovecharlo.
-¡Daniela Daniela, mira, ya viene, ahí está!
Al igual que cada mañana una humareda blanca y un ensordecedor pitido anunciaba el paso del tren de las doce.
-¿Has visto, Daniela? No falla, a la misma hora de todos los días. Si no existiera el tiempo el tren nunca saldría de la estación.
-¿Entonces -respondió Daniela-, es el tiempo el que mueve al tren?
-No -sonrió María-. Es el tiempo el que va en el tren.
Daniela puso cara de extrañeza, y abrazando a su Tata cerro los ojos, para no ver el tren que se alejaba con el tiempo.
El día cedió el relevo a la noche, y las sombras perezosamente volvieron a dibujar negras formas.
Daniela, desde su cama pensó:
-Lleva razón María. Este día ya se marchó en el tren, como Duende.
Entre sollozos cerró sus negros ojos y -al igual que la nube blanca del tren- su cuerpo se fue desvaneciendo hasta quedar inmerso en un profundo sueño.
Su cuerpo estaba inmóvil, pero por su cabeza revoloteó un sueño:
Estaba en una gran ciudad, y un pitido familiar le hizo dirigir sus pasos a un majestuoso edificio. Tenía dos grandes puertas por donde entraban multitud de personas, hombres y mujeres de todas las edades.
Su curiosidad le hizo atravesar una de las puertas, y antes sus ojos apareció una gran estación con multitud de trenes que salían y entraban continuamente.
Paralizada quedo en medio del andén. Ella estaba acostumbrada al tren de las doce que pasaba por delante de su jardín, ¡¡pero, tantos trenes...!! De pronto notó que alguien le tocó en la espalda suavemente. De un salto giró todo su cuerpo y sus ojos se clavaron en una cara rechoncha y bonachona, con una sonrisa que se dibujaba detrás de un enorme bigote.
- Hola señorita, ¿se puede saber que hace usted parada? En esta estación esta prohibido perder el tiempo. Para eso ya está el tren número cinco.
Ante la cara atónita de Daniela, el buen hombre
-que era el encargado de dirigir la estación-, la cogió de la mano y sentándose en el único banco que había -porque allí no se iba a perder el tiempo-, le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Daniela.
-Muy bien, ¿y se puede saber a qué has venido?
Daniela se encogió de hombros.
Ante la cara de extrañeza de la pequeña, el buen hombre de cara rechoncha y bonachona le dijo:
-Se ve que no sabes dónde estas, ni como has venido, pero yo te lo voy a explicar. Estás en la estación del tiempo y todo el que entra en ella tiene que coger un tren.
Daniela, mirando fijamente al encargado, le pregunto:
-¿Y qué tren?
-Ah, eso es una cosa tuya.
-¿Mía? -respondió Daniela.
-Sí. Si observas hay muchos trenes, pero lo importante es montarse en el que te conviene.
Daniela no salía de su asombro. Observaba cómo todo el que entraba en la estación iba directo a uno de los muchos trenes que partían sabe Dios adónde. Todos menos el número cinco que estaba sin moverse en el centro de la estación.
-Bueno, Daniela, ya sabes dónde estas y para qué has venido. Corre a coger tu tren.
Sin saber cómo corrió en dirección a los trenes, y sin saber cómo, volvió a quedarse paralizada en medio del andén. Las piernas le temblaban y un sudor frío comenzó a correr por su frente:
-¿Qué tren coger?
Miró a su alrededor, se acordó de María y sin dudarlo dos veces grito:
- ¡¡¡María, María, ayúdame!!!
Daniela se despertó asustada de sus propios gritos, y saltando de la cama corrió a la cocina donde María -su Tata- preparaba el alimento diario. Se echó sobre su regazo y abrazándola le dijo:
- María, María, tengo que contarte lo que he soñado esta noche.
La tomo en sus brazos. Se sentó en la butaca donde el balanceo y el relato de Daniela acallaron el corazón de la pequeña.
-María, me tienes que explicar el sueño. ¡Hay tantas cosas que no entiendo!
- Bueno, bueno. Vamos por partes.
-Si te das cuenta, Daniela, todo lo que hacemos en esta vida necesita un tiempo y un esfuerzo. El tiempo lo pone Dios y el esfuerzo el hombre.
Como te dije la otra mañana, tenemos que aprovechar el tiempo. Debemos tomar decisiones, que es lo mismo que coger el tren. Y los trenes siempre salen puntuales y no esperan a nadie.
-¿Y si hay muchos trenes -respondió Daniela-, cómo sabré el que tengo que coger?
-Como eres pequeña tendrás que hacer caso a tus padres: ellos te dirán.
-¿y cuándo sea mayor?, preguntó Daniela.
-Pues cuando seas mayor tendrás el regalo de la libertad. Deberás aprender a utilizarla para saber en qué tren te tienes que montar.
-¿Y si lo pierdo?
- Pues tendrás que esperar a que pase otro.
- ¿Y habrá un último tren? -pregunto Daniela.
-Si, será el mismo que te trajo a la vida.
-¿El mismo?
-Sí, el mismo. Pero con la diferencia de que es el único tren en que Dios nos coge de la mano; en los anteriores somos nosotros los que podemos coger la mano a Dios.
-Explícame eso, María, que no lo he entendido.
-Mira -continuó María-. Dios nos ha hecho dos regalos fabulosos: la vida y la libertad. Con la libertad nos podemos montar en el tren que queramos, pero lo importante es saber descubrir el tren que quiere Dios. Por eso tenemos que cogernos de su mano para no equivocarnos de tren.
-¿Y si nos equivocamos?
-No importa -respondió María-. Él siempre está esperándonos en la estación?
-¡María, María! mira, mira ¡ya viene! ¡ahí está!
Al igual que cada mañana una humareda blanca y un ensordecedor pitido anunciaba el paso del tren de las doce.
Daniela, sin quitar los ojos del tren que se alejaba preguntó:
-María, ¿y el tiempo de donde sale?
-Del amor, Daniela, del amor.
Daniela puso cara de extrañeza y abrazando a su Tata cerró los ojos y pensó:
-Gracias, María, por tu tiempo. Gracias, María, por tu amor.
FIN




lunes, 9 de julio de 2018

CON LOS HIJOS SE HABLA DE TODO...



CON LOS HIJOS SE HABLA DE TODO, PERO A SU TIEMPO. ANTES NO LO ENTENDERÁN, DESPUÉS YA SE HABRÁN ENTERADO, Y DIOS SABE DE QUÉ FORMA.  
 
Al igual que en la alimentación hay unas pautas en función de la edad –leche materna, biberón, cereales, frutas, etc.– en el aspecto cognitivo nuestros hijos tienen también unos tiempos. Con la edad, su ámbito existencial se ensancha – familia, colegio, amigos– con nuevas situaciones y vivencias que ponen en juego su natural curiosidad. De hecho todos tenemos experiencias de los por qué de nuestros hijos pequeños que, sin ningún tipo de pudor, ponen en un aprieto nuestra capacidad de explicar lo que nos parece que no pueden entender. Con la edad las cosas se complican En muchas ocasiones los padres no tenemos una respuesta acertada a sus preguntas, bien por falta de criterio, bien por un falso pudor; y damos una larga cambiada poco convincente, que se da de bruces con la realidad de la evidencia. El tema está claro: o somos referencia para nuestros hijos en nuestros dichos y hechos, o buscaran respuesta en otros ámbitos: colegas, internet, etc. ¿Qué hacer? Creo que en primer lugar hemos de crear un clima que haga propicio el diálogo en el seno familiar. Ese clima hay que trabajarlo, es decir prever lugar y hora: la hora de las comidas y las sobremesas son un momento ideal para cambiar impresiones, o ver una buena película en familia, o hacer una excursión el fin de semana. Los padres tienen que saber enmarcar con naturalidad estos planes dentro del ámbito familiar.  En segundo lugar, no desatender ninguna cuestión que preocupe a nuestros hijos desde su más tierna infancia, adaptando la respuesta a su edad y conocimientos. Que noten que son importantes para nosotros, tan importantes, que dejamos lo que estemos haciendo y nos centramos en su problema o, a lo más, les hacemos ver que le atenderemos de inmediato:  −Cariño, en el momento que termine de bañar al hermano hablamos. 
Y en tercer lugar, ser humildes, haciéndoles ver, con naturalidad y serenidad, que en algunos asuntos no tenemos la respuesta y tendremos que acudir a personas con más criterio. Y siempre, mirándoles a los ojos como señal evidente de nuestro interés por sus preocupaciones. 


jueves, 7 de junio de 2018

NADIE DA LO QUE NO TIENE



NADIE DA LO QUE NO TIENE

En la introducción argumentaba que educar no es nada fácil y no cabe duda de que la cosa se complica si no tenemos unos mínimos para encauzar la diversidad de situaciones que de seguro se nos presentarán.
La primera herramienta, y la más asequible para afrontar con éxito nuestra labor de educador, es el sentido común, que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua es el «modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas».
Pero a veces solo el sentido común no basta para solventar un problema. Si un hijo se nos pone con fiebre y vómitos, el sentido común nos aconseja que le llevemos al médico, dado que la medicina no es nuestro fuerte. Si observamos, en este caso concreto hemos recurrido a un experto que diagnosticará y tratará las molestias que aquejan a nuestro pequeño. Es evidente que no estoy animando para que nos matriculemos en la Facultad de Medicina, pero sí podría ser muy útil tener ciertos conocimientos sobre primeros auxilios.
En el terreno de la educación también hay expertos que nos podrían echar una mano en situaciones límite: pedagogos, psicólogos, personas de criterio, etc. Pero no cabe duda de que tendríamos, como en el caso de los primeros auxilios, que disponer de unas herramientas que nos ayuden a afrontar con acierto el día a día, pues nadie da lo que no tiene. Esos conocimientos y esa formación se adquieren, evidentemente, con una dedicación de tiempo, que tendremos que sacar en muchas ocasiones de no se sabe dónde pero que es fundamental para ejercer con una cierta garantía nuestro papel de educadores. Sí, sí, ya lo sé: tenemos poco tiempo, estamos muy ocupados, los niños son todavía muy pequeños... Estoy de acuerdo, pero más vale prevenir que curar. Por lo tanto, cuando uno no se procura esa formación ocurre que al comienzo uno vive de la reserva y después del cuento.
Ah, y si nos sirve: el tiempo sale del amor.

(Del libro: Educar.Arte, ciencia y paciencia)

domingo, 20 de mayo de 2018

HAY QUIEN HABLA DE LO QUE OYE, Y HAY QUIEN HABLA DE LO QUE VIVE. SI NO QUIERES SER UN LORO, REFLEXIONA SOBRE LO QUE OYES Y, SI ES BUENO, HAZLO VIDA. AH, Y DE LO QUE VIVES NO HACE FALTA QUE HABLES MUCHO PORQUE LOS DEMÁS LO VEN.

HAY QUIEN HABLA DE LO QUE OYE, Y HAY QUIEN HABLA DE LO QUE VIVE. SI NO QUIERES SER UN LORO, REFLEXIONA SOBRE LO QUE OYES Y, SI ES BUENO, HAZLO VIDA. AH, Y DE LO QUE VIVES NO HACE FALTA QUE HABLES MUCHO PORQUE LOS DEMÁS LO VEN.

La conversación es el vehículo de comunicación que nos enlaza con las personas que nos rodean y la que dice –aparentemente–, de nuestro saber y de nuestro entender ante los demás.
Muchas de nuestras conversaciones están basadas en lo que hemos leído u oído en los medio de comunicación, que propagan noticias e ideas, que en muchas ocasiones, no nos hemos detenidos a valorar.
La vanidad y en muchos casos la ignorancia del que las repite es el medio conductor por el que se propagan intereses personales o partidistas.
Ni que decir tiene, que nuestros conocimientos son más bien limitados en muchos de los temas que tratamos a diario, por lo que hemos de recurrir a expertos que merezcan nuestra confianza para tener una visión más acertada.
No obstante, son fundamentales dos actitu-des para pronunciarse sobre un tema: la humildad y la capacidad de reflexión. La primera, para saber callar, y la segunda, para pensar en lo que decimos y en los argumen-tos científicos o morales en que apoyamos nuestra opinión. Pues como decía Mark Twain, es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda.
Por último, no me gustaría dejar pasar la ocasión para aconsejar que la lectura es una de las bases sobre la que se apoyan nuestros conocimientos y nuestra cultura. Y me refiero a las lecturas de carácter profesional, de entretenimiento etc., pero sobre todo a las de tipo formativo, cultural.
La lectura permite –a diferencia de otros medios– reflexionar sobre lo que se lee –releer–, y apoyarse en la experiencia y la ciencia de tantos hombres y mujeres que han sabido transmitirlas adecuadamente.
No me resisto a contar la respuesta de un hombre de prestigio a una periodista.
En un programa de televisión, una co-nocida periodista entrevistaba a tres invitados de un amplio espectro social. Uno de ellos era un personaje público de reconocido prestigio social y moral; el segundo entrevistado se dedicaba a las finanzas; y la tercera, una mujer que se dedicaba a la literatura erótica. En el transcurso de la entrevista, la directora del programa, formuló la siguiente pregunta al primer personaje:
–Y usted, ¿ha leído algún libro de nuestra invitada?
–Pues, mire: hay tantos buenos libros que no podré leer debido a nuestra corta existencia, que como usted entenderá, no voy a perder el tiempo en este tipo de literatura.




domingo, 29 de abril de 2018

EL ENGAÑO QUE ENGANCHA: "Y SERÉIS COMO DIOSES"


El engaño que engancha: "y seréis como dioses".

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         En el libro del Génesis 3, 1-7, se relata la tentación de nuestros primeros padres. El demonio le vende la bicicleta a Eva, y Eva, con su persuasión de mujer, convence a Adán de que también coma del árbol prohibido:

  La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: –¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?
  Respondió la mujer a la serpiente: –Pode­mos comer del fruto de los árboles del jardín.   Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, bajo pena de muerte.
  Replicó la serpiente a la mujer: –De ninguna manera moriréis.     Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.
  Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.

         C. S. Lewis en el prólogo de su libro Cartas del diablo a su sobrino, comenta lo siguiente:

En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero.

         Hay dos dichos que centran la cuestión: "El diablo, sabe más por viejo que por diablo  y "El diablo es el padre de la mentira". No cabe duda de que esa experiencia y sabiduría  la aplica estupendamente a la hora de tentar al ser humano y encauzarle a la perdición. Todos tenemos experiencia: nos anima con argumentos simples pero sutiles y cargados de medias verdades –eres libre para hacer lo que te plazca; quién se va a enterar; todo el mundo lo hace; si no lo haces tú, seguro que lo hará otro; no seas antiguo, etc., etc.– a realizar aquello de lo que nuestra conciencia nos advierte y reprende. Después de la caída nos damos cuenta de que esa libertad mal entendida nos deja con las manos sucias y la garganta seca. En este segundo estado la tentación es más fácil, pues la desesperación y la soberbia nos llevan a una huida hacia adelante.

La vida es como un gran hipermercado: todo a la vista, todo al alcance da la mano; pero como en la vida, no todo lo que se puede  echar en el carro nos conviene. No podemos olvidarnos de que al final del trayecto están la caja y la cajera.




miércoles, 21 de marzo de 2018

NO OLVIDES QUE QUIZÁS AHO­RA ESTÁS EDUCANDO CON EL MIEDO...


NO OLVIDES QUE QUIZÁS AHO­RA ESTÁS EDUCANDO CON EL MIEDO, PERO AL FINAL LO QUE EDUCA ES EL EJEMPLO.

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Vivimos en la era de la digitalización y del mando a distancia: un impulso, y el televisor cambia de canal; una orden, y el móvil conecta automáticamente con el receptor indicado; un golpe de tecla, y enlazamos con una página web en busca de un producto o de una noticia. Todo rápido y efectivo: ¡Ya! Y cuando la respuesta no es inmediata nos consume la impaciencia.
Queramos o no queramos, en muchas ocasiones extrapolamos esta dinámica al ámbito familiar: queremos de nuestros hijos una respuesta rápida y efectiva a nuestras indicaciones u órdenes:
–¡Te he dicho dos veces que bajes el volumen de ese televisor!
Cuando nuestros hijos son pequeños, podemos coaccionarlos mediante el miedo: un grito, un azote o incluso una palabra ofensiva:
−¿Eres tonto, o qué?
Ni que decir tiene, que esta técnica puede ser efectiva en un momento determinado, pero creo que es la menos educativa, pues en muchas ocasiones hay una contradicción que los hijos detectan:
−Mi padre me dice que no grite pero él me lo dice gritando.
−Mi madre me dice que no se pega y ¡vaya el tortazo que me ha dado!
Es evidente que si pegar o gritar está mal, estará mal para todo el mundo: padre, madre e hijos.
Se me viene a la cabeza una letrilla que refleja fielmente cómo los hijos captan a la primera las actuaciones de los padres:

Mi madre manda a mi padre…
 Mi padre me manda a mí…
Y yo, mando a mi hermanito.
Y así… todos mandamos un poquito.

No obstante, las cosas se complican cuando ya no tenemos que bajar la cabeza para mirar a los ojos de nuestros hijos. A partir de una edad ni el azote ni el grito dan resultado. Sólo la coherencia de vida, el razonamiento y el ejemplo de los padres pueden ser el dique que encauce y amanse ese río que fluye por su cabeza y por su cuerpo. Y esto no se improvisa: o nos ejercitamos y somos como queremos que sean nuestros hijos –ordena­dos, cariñosos, amables, sinceros, alegres, sacri­ficados, generosos, trabajadores, honrados…– o tendremos que utilizar la técnica del miedo, de la coacción o del chantaje, que sólo solucionan el problema momentáneamente. Ya lo dice el refrán: «Burro que lleva la carga a fuerza de palos..., malo, malo, malo». El mismo Aristóteles lo dijo de otro modo: «Todo acto forzoso se vuelve desagradable».
El ser humano puede cambiar su conducta por miedo, por interés o por amor. Si consiguiéramos que el amor –yo no hago tal cosa porque disgusta a mis padres– fuera el motor de las acciones de nuestros hijos, podríamos decir sin miedo a equivocarnos que estarían preparados para afrontar su existencia con éxito.
Me contaba un amigo el detalle de una chica joven –amiga de su hija– que le dejó impresionado. La anécdota es la siguiente:
Había quedado en recoger a su hija y a un par de amigas el sábado a las doce de la noche a la salida del cine, pero se retrasó un poco. Ya en el camino de vuelta, una de las amigas manifestó su preocupación por la hora en que iba a llegar a casa. Ante esta situación, el padre le dijo:
−No te preocupes; si quieres, te acompaño a casa y le explico a tus padres lo sucedido para que no te castiguen.
–Se lo agradezco, pero mis padres tienen mucha confianza en mí y no me reñirán. Lo que me preocupa es que no se acuestan hasta que yo no llegue y no quiero darles una mala noche.
Esto es un detalle de amor y no de temor.


(Del libro: EDUCAR. ARTE, CIENCIA Y PACIENCIA)

sábado, 17 de febrero de 2018

EL DINERO LO INVENTÓ UN POBRE, EL POBRE LO QUE INVENTÓ.


EL DINERO LO INVENTÓ UN POBRE, EL POBRE LO QUE INVENTÓ.
El corazón se apega a la materia y ponemos nuestra felicidad en tener y poseer, sin darnos cuenta de que cuantas más cosas tenemos, más exigentes nos volvemos, y más difícil nos resulta tomar decisiones.
Se cuenta de Diógenes –filosofo griego–, que vivía en un tonel y en la más absoluta austeridad, y que todo su equipaje consistía en una copa colgada del cuello por una cuerda. La llevaba por si al andar, le daba sed. Un día vio a un niño que bebía agua en el hueco de la mano. Levantó la copa y la arrojó contra una piedra, rompiéndola. Y, compadecido de sus propios errores, dijo: –¡Necio de mí, que he llevado tanto tiempo este objeto superfluo!
No se trata de imitar a Diógenes, sino de analizar detenidamente, si estoy continuamente creándome necesidades, y acumulando cosas superfluas que conllevan un gran esfuerzo e incluso un descuido de nuestras responsabilidades familiares. El refranero español, lo aclara perfectamente: "No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".
Hay que asociar el concepto de riqueza o pobreza al desprendimiento, pues es esa actitud la que inclina en un sentido o en otro los muchos o los pocos bienes materiales que tengamos.
Me explico: «El valor del desprendimiento consiste en saber utilizar correctamente nuestros bienes y recursos evitando apegarse a ellos y, si es necesario, ponerlos al servicio de los demás» (RAE). Por lo tanto uno es rico si está apegado a lo que tiene y es pobre si no lo está.




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domingo, 14 de enero de 2018

ALMA DE CÁNTARO


ALMA DE CÁNTARO: A LOS HIJOS LOS EDUCAN –O MALEDUCAN– SUS PADRES, EL COLEGIO, LOS AMIGOS, LA TELEVISIÓN, INTERNET, LA CALLE, ETC. , ETC.
Estoy en el patio del colegio y pasa a mi lado un grupo de chicos ya hombretones. Pienso en la buena constitución física que tienen hoy nuestros chavales gracias, entre otras cosas, a una buena alimentación, a una buena cobertura médica y a la posibilidad de ejercitar un deporte. Sin embargo, si lo que llevan sobre sus hombros –la cabeza– no tiene una buena formación doctrinal y cultural, es decir, si no dominan su cuerpo y sus pasiones, mala cosa. ¿Y qué podemos hacer? Pues lo que esté en nuestras manos, que no es poco. En primer lugar no vivir en las nubes. Procurar ir por delante de los acontecimientos que aparecen con el crecimiento, dándoles los criterios oportunos para la toma de decisiones. En segundo lugar participar activamente en aquellos ambientes e instituciones que influyen en la educación: colegio, medios de comunicación, estamentos políticos, etc. Todos estamos influenciados por el ambiente que nos rodea. Pero en función de nuestra formación y de nuestros criterios, el ambiente externo nos afectará en mayor o menor medida. Nuestros hijos son como una esponja que absorbe todo lo que les llega. Hoy día hay muchos ambientes negativos donde pueden beber con facilidad, y las madres y padres tenemos que estar muy pendientes para contrarrestar ese influjo. Es más, en muchas ocasiones somos los mismos progenitores los que de una forma ingenua ponemos al alcance de nuestros hijos esos ambientes, llámense lugares de veraneo, conexión a internet y televisión en su cuarto, programas de televisión, revistas y un largo etc. Recuerdo la anécdota de una madre que me aseguraba que su hijo se acostaba todas las noches temprano, porque cuando miraba por debajo de la puerta, la luz de su habitación estaba apagada. No sabía la buena señora que su hijo efectivamente apagaba la luz, y se metía en la cama arropándose hasta la cabeza junto al pequeño televisor que tenía en su cuarto, y de esta forma estaba todo el tiempo que quería, viendo lo que le apetecía. Eso sí, para su querida madre estaba en los brazos de Morfeo.
(Del libro; Educar. Arte, ciencia y paciencia)


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lunes, 8 de enero de 2018

LE DECÍA UN ENFERMO TERMINAL AL MÉDICO QUE LE ATENDÍA


Le decía un enfermo terminal al médico que le atendía: "doctor, ¿cuánto tiempo hace que no se confiesa?". ante la inesperada pregunta, el doctor, moviendo la cabeza le dijo que hacía ya tiempo. "pues siento decirle –respondió el paciente– que su situación es más grave que la mía".

°

Cuando nuestro organismo detecta algún elemento extraño que produce un desequilibrio orgánico, se ponen en marcha una serie de mecanismos que tratan de contrarrestar dicha agresión. Nos ponen en guardia, y si no remiten acudimos al médico para que indique el tratamiento que mejor ayude al organismo a vencer la enfermedad.
         Del mismo modo que las enfermedades corporales tienen unas causas, la tristeza, la agresividad, la irritabilidad, la angustia, tienen las suyas. Habrá que buscarlas y procurar encontrar los remedios.
         En muchas ocasiones tenemos mala conciencia, pues sabemos que hemos actuado mal. Reconocer la culpa y pedir perdón de corazón al ofendido es el único camino posible para alcanzar la paz y la alegría que otorga perdonar y sentirnos perdonados.
         Me viene a la memoria la siguiente anécdota:
Una señora mayor, bastante sorda, entró en el confesionario de una iglesia. Al rato, ante la falta de respuesta del sacerdote a lo que ella decía, se da cuenta de que en el confesionario no hay nadie. Entonces la buena señora sale riéndose de su despiste. Volvió al día siguiente a la iglesia y se le acercó una chica joven que le dijo: –Señora, quiero darle las gracias, pues llevaba mucho tiempo sin confesarme y el otro día la vi tan contenta cuando salía del confesionario que decidí seguir sus pasos. Hoy me he confesado, y estoy muy feliz, gracias por su ejemplo.
         Hoy día las consultas de los psicólogos están a rebosar: ante cualquier problema de comportamiento o de relaciones sociales la respuesta es de todos conocida: tendría que verlo un psicólogo.
Ni que decir tiene que no tengo nada contra esta ciencia; es más, gracias a ella se resuelven situaciones que el ser humano en su complejidad acaba magnificando. Pero, y lo dicen muchos psicólogos, bastantes de esos problemas se resolverían con una buena confesión. ¡Ah!, y es mucho más barata.
Cuando una persona se pone enferma, ocurre en ocasiones que no se logra encontrar la medicina. En lo sobrenatural, no sucede así. La medicina está siempre cerca: es Cristo Jesús, presente en la Sagrada Eucaristía, que nos da además su gracia en los otros Sacramentos que instituyó[1].

         Para terminar esta reflexión transcribo el estribillo de unas conocidas sevillanas:

Arrepentío,
vengo a pedirte perdón.
Arrepentío,
porque vale más tu amor
que el orgullo mío.


[1] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 160.


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