Educar. Arte, ciencia y paciencia.

Educar. Arte, ciencia y paciencia.

viernes, 21 de septiembre de 2018

EDUCAR. ARTE, CIENCIA Y PACIENCIA


EDUCAR. ARTE, CIENCIA Y PACIENCIA
INTRODUCCIÓN
Cuando comencé a fraguar esta nueva aventura de escribir sobre la educación de los hijos, me planteaba: ¿qué pensábamos al respecto mi mujer y yo, cuando los nuestros eran pequeños? Aunque es bien cierto que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos en todos los terrenos, la realidad es que lo inmediato –su salud, si ponía peso, si el cuidado que le prestábamos era el idóneo, si…–, absorbía nuestro tiempo y nuestras energías.
Por otro lado los hijos llegaron sin el correspondiente manual de instrucciones. Pensábamos que eso de la formación de los hijos era importante, pero que ya habría tiempo para ello. Bastante teníamos con ir afrontando la novedad de lo cotidiano, la problemática que plantean la inexperiencia y unas criaturas que reclamaban una continua atención.
Si observamos, el ser humano es el animal que más ayuda demanda de sus progenitores. Nace indefenso y los necesita hasta una edad avanzada. A los animales irracionales –en cambio– les basta con un corto periodo bajo su tutela y con los instintos impresos en su naturaleza. La racionalidad y la libertad propias del hombre exigen un amplio periodo de formación.
Volviendo al tema de la educación, los expertos dicen que a los hijos hay que educarlos ya desde el seno materno. Como veremos, en este terreno como en tantos otros, las madres van por delante de los padres, por lo menos nueve meses. Y dicha educación tendrá su continuidad cuando vea la luz esa realidad que percibíamos en el vientre de la madre.
¿Pero de verdad que esa criaturita tan pequeña y tan tierna puede estar haciendo algo mal para que tengamos que comenzar a encauzarlo y corregirlo? Pues sí, eso parece.
En primer lugar hay una adaptación a su nuevo mundo –pues en el vientre de la madre era el rey–, dado que las condiciones han variado radicalmente: habitáculo, día y noche, comidas, etc. Si observamos, ya casi sin darnos cuenta estamos influyendo en los nuevos hábitos de nuestro hijo y comenzamos a educar.
Hablamos de educación. Pero aún no hemos definido dicho término. Educar procede de la expresión latina educare, y su significado es hacer crecer. Pues de esto se trata. Los padres tenemos la obligación y la responsabilidad de hacerles crecer. Pero la expresión "hacer crecer", no sólo se refiere a lo puramente físico o fisiológico –que con una buena alimentación se resuelve–, sino al crecimiento como persona: Educar la inteligencia y la voluntad. Aquí recurro a la Real Academia de la Lengua que, entre sus muchas acepciones, define el acto de educar como: «Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.».
Bueno, bueno, esto se está complicando. Pues sí, educar no es nada fácil. Es más, si queremos ponernos un poco nerviosos, enumeramos los sinónimos –palabras que tienen un significado similar o idéntico– de "educar": formar, instruir, aleccionar, ilustrar, adoctrinar, alfabetizar, guiar, dirigir, enseñar, orientar, perfeccionar, adiestrar, amaestrar, amansar, forjar, domar, encauzar, ejercitar, afinar, acostumbrar. ¿He conseguido que nos pongamos nerviosos…? Pues, para rematar la jugada, enumero los antónimos –palabras que tienen un significado opuesto–: malcriar, pervertir, torcer, viciar, corromper. Tú decides: ¿sinónimos o antónimos?
Tengo a mis hijos –a Dios gracias– casados, e incluso tengo un buen número de nietos. Y... vuelvo a recordar mis primeros años de padre y los criterios educativos que teníamos mi esposa y yo, para resolver la rica problemática que planteaban. ¿Éramos expertos educadores? ¿Teníamos claro cómo actuar? ¿Teníamos siempre la solución para afrontar con éxito las dificultades diarias? Pues si soy sincero, yo por lo menos no. Y me podrían preguntar: ¿Y... cómo te atreves a escribir sobre la educación? Pues porque el diablo sabe más por viejo que por diablo; y aunque el refranero dice que nadie aprende por cabeza ajena, me gustaría que estas humildes reflexiones hicieran pensar. Y espero que no nos ocurra lo mismo que al personaje de la siguiente historieta:
Un abogado le dice al cliente:
−Ha sido declarado inocente gracias a mi de-fensa. Pero, en confianza, dígame ¿robó usted el banco?
−Yo lo había robado, pero después de oír su alegato, ya no estoy muy seguro…
(Del libro Educar. Arte, ciencia y paciencia)
 


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