Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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domingo, 8 de marzo de 2015

CUÁNTO SE APRENDE, CÓMO MADURAMOS CON LOS PROBLEMAS Y DIFICULTADES.


Cuánto se aprende, cómo madura­mos con los problemas y dificultades. El que sabe sufrir no pierde la calma.

         El tiempo da la experiencia, el sufrimiento la maduración; la experiencia ayuda a tomar decisiones, la maduración a aceptar las consecuencias.

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         Al igual que el ejercicio físico desarrolla la masa muscular, las dificultades y los problemas ayudan a poner las cosas en su sitio y a darles la importancia que verdaderamente tienen.

         Cuando uno sale de una enfermedad grave en la que le ha visto las orejas al lobo, las cosas se ven desde otra perspectiva: en la vida hay tres o cuatro cosas importantes, y todo lo demás es superfluo y efímero.
         No podemos dejar pasar esas dificultades o cruces sin sacarles el máximo provecho, sabiendo ver la mano de Dios en todas y cada una de ellas. C. S. Lewis en su libro  El problema del dolor, explica que Dios se hace el encontradizo con el hombre:

Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo.

         Con referencia al tema de las que se suelen llamar coloquialmente cruces, me viene a la cabeza una historia que leí hace tiempo.

Un hombre se quejaba continuamente de su cruz. Un día se le apareció un ángel y le dio la posibilidad de cambiarla por otra. Lo llevó a una gran estancia donde había innumerables  cruces. Todo fue llegar y soltar su propia cruz, que tanto le pesaba y empezar a probar todas, una tras otra.
–Mira, ésta parece liviana pero… se me resbala y me duele.
–Ésta es ligera pero… tiene muchas aristas y se me clava en el hombro. 
Así pasó un buen rato, hasta que por fin le dijo al ángel que pacientemente le observaba:
–Vaya, ¡ésta, ésta es la mía!
El ángel sonriendo le dijo:
–Pero hombre... Si ésa es la misma que tú traí­as.

No te quepa la menor duda de que Dios no permite cruces que superen nuestras fuerzas. Las que realmente no podemos llevar son las que tontamente nos inventamos nosotros mismos.


AMOR DE MADRE


AMOR DE MADRE.

Me gustaría detenerme un momento y reflexionar sobre el modo diferente de amar a los hijos que tienen el padre y la madre.

Para poder preparar un plato de filetes con huevos fritos intervienen el cerdo y la gallina. La gallina  colabora poniendo los huevos y el cerdo se implica perdiendo su vida. Guardando las distancias –que evidentemente son grandes–, para que venga un hijo a este mundo de forma natural hacen falta un hombre y una mujer. Y como bien sabemos el papel que juegan el hombre y la mujer son cualitativamente diferentes. El hombre –al igual que la gallina–, colabora. Pero es la mujer la que se implica, y presta a ese nuevo ser su cuerpo y todo lo que de ello se deriva, creando entre ambos unos lazos biológicos y sentimentales que duran toda la vida y que comienzan en el momento mismo de la concepción. Por eso el amor de una madre no tiene parangón. Esto no quiere decir que el amor del padre sea un amor de segunda fila, pero no cabe duda de que, queramos o no queramos, esos nueve meses marcan: la madre siente, el padre observa; la madre percibe, el padre sueña; la madre alimenta, el padre sustenta; la madre sufre, el padre consuela.

P.D.: En agradecimiento a mi hija María de los Ángeles que en breve me hará abuelo por cuarta vez.