Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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sábado, 18 de julio de 2020

AUNQUE LA CARNE SE VISTA DE SEDA, CARNE SE QUEDA.


AUNQUE LA CARNE SE VISTA DE SEDA, CARNE SE QUEDA.
Decía Sócrates que «lo que mejor asienta a la juventud es la modestia, el pudor, el amor a la templanza y la justicia. Tales son las virtudes que deben formar su carácter».
En los tiempos que corren hay una serie de términos que son políticamente incorrectos y por tanto han quedado marginados de los centros de enseñanza y de los medios de comunicación. Me refiero en concreto al "pudor".
Según los expertos, hay varias maneras de enfocar el pudor. La clásica –Aristóteles y Tomas de Aquino– lo presenta como un sentimiento que se confunde con la vergüenza. Por su parte, los filósofos personalistas sostienen que es característico de la persona ser pudorosa.
Cuando se habla de pudor, automáticamente lo relacionamos con el sexo; sin embargo, el pudor abarca a toda la persona protegiendo su intimidad. De ahí que cuando una persona pierde su intimidad y la comercializa –tanto la externa como interna– se convierte en un objeto de deseo para la curiosidad del ser humano, y se produce así una disminución de su ser persona.
¿Y qué hacemos los padres en este terreno? Pues como siempre, lo primero es educar con el ejemplo: formas de vestir; cuidar la intimidad dentro del hogar; no tener conversaciones que atenten contra la buena reputación de los demás; evitar programas de televisión que utilizan al hombre y a la mujer como material de consumo; revistas inapropiadas, etc.
Y después, educarles desde pequeños en todos aquellos aspectos relacionados con esta virtud: la intimidad, la curiosidad, la elegancia, la modestia, la vanidad… Tendremos que enseñarles a no andar por la casa desnudos; a llamar a la puerta antes de entrar en un dormitorio o en el baño; a no meterse en las conversaciones de los mayores; a cuidar la vestimenta; a no querer llamar la atención, etc.
Más tarde, de una forma natural, se hará presente el pudor en sus vidas, esa especie de vergüenza que hará que nuestros hijos se vuelvan reservados y prudentes ante ciertas cuestiones personales e íntimas, en las que la sexualidad tomará forma en su cuerpo y en su mente.
Hay una tercera manera de enfocar el pudor como un prejuicio injustificado, que va en contra de lo natural y del que conviene librarse. Con referencia a este enfoque me gustaría recordar que el cuerpo es una cosa muy natural, pero que también es muy natural la atracción sexual.
Cuando en clase sale el tema de la sexualidad, lo primero que le digo a los chavales es que la sexualidad es buena. De hecho todos estamos aquí gracias a esta potencialidad. También les hago ver que los animales carecen de pudor y no tienen reparo en reproducirse en cualquier sitio, pero eso sí, en un periodo concreto del año, que todos conocemos como el periodo del celo. A continuación les pregunto:
–¿Y cuál es el periodo de celos en el ser humano?
Y entre risas me contestan:
–Durante todo el año.
Continúo:
–¿Y qué recursos tiene el hombre para controlar ese instinto?
Aquí, ya hay más de una respuesta:
–La inteligencia.
–Los preservativos.
–…
–Efectivamente, la inteligencia, de la que carecen los animales. Somos seres libres dotados de inteligencia y voluntad y tenemos que pensar en la trascendencia de nuestros actos. Cuando nos dejamos llevar por los instintos, nos convertimos en animales.
Caras serias.
Continúo:
–De ahí que tengamos que cuidar todo aquello que despierta nuestros más bajos instintos.
El listo:
–Pues yo veo revistas de tías ligeras de ropa y a mí no me pasa nada.
–Pues, hombre, no sabía que teníamos en clase a un extraterrestre.
Risas.
Continúo:
–No obstante, para tu caso sólo se me ocurren dos cosas: o que estas mintiendo o que estás enfermo. (Lo que sigue no puedo reflejarlo).
Risas.
Esto es así, queramos o no queramos. De ahí que cuando algún padre me dice que en su casa acostumbran a los niños desde pequeños a lo natural para que después no se asusten, se me caen los palos del sombrajo. Los instintos no se controlan salvo con la inteligencia –la verdad– y la voluntad.
Las mujeres y los varones experimentan de un modo diferente la relación entre sexualidad y afectividad. En la mujer, la afectividad supera la sensualidad. Sin embargo, los varones tienen más fuerte y acentuada la sensualidad. Ven en el cuerpo de la mujer un objeto de placer. Por eso las mujeres tienen una mayor necesidad de vivir el pudor. Es más, las mujeres temen la sexualidad del hombre por razones obvias: en la tómbola del sexo, el muñeco siempre le toca a la mujer.
Esto lo tienen que tener claro nuestras hijas y los padres y madres de nuestras hijas. No es lo mismo atraer que provocar. La atracción es una característica propia de la belleza y como conse-cuencia despierta sentimientos positivos: qué elegante, qué guapa… En la provocación, la atracción despierta e incita los deseos sexuales de los demás, olvidándonos de la persona, y quedándonos en los atributos que exhibe. Por eso el pudor protege la dignidad de la persona e impide que sea visto como un objeto de placer.
Tarea ardua, pero apasionante. El enemigo conoce nuestras debilidades y sabe muy bien que cuando en una sociedad, en una familia, la mujer pierde el norte, esa sociedad y esa familia están abocadas al fracaso.
En los tiempos que corren no es nada fácil luchar contra unos comportamientos tan generalizados. El adolescente los imita –formas de vestir, comportamientos sexuales, etc.– sobre todo cuando aseguran el éxito en sus relaciones personales, avalados por unos medios de comunicación y una publicidad interesada que pretenden despertar los más bajos instintos de nuestros hijos. Es penoso ver a gente joven que han perdido la vergüenza en el vestir y en el actuar: chicas masculinizadas y chicos feminizados.
Termino con una frase de un antiguo escritor: «No podemos impedir que las aves vuelen sobre nuestras cabezas pero sí podemos impedir que hagan nidos en ella».
(Del libro Educar. Arte, ciencia y paciencia)