AMOR DE MADRE.
Me gustaría detenerme un momento y reflexionar sobre el modo diferente de amar a los hijos que tienen el padre y la madre.
Para poder preparar un plato de filetes con huevos fritos intervienen el cerdo y la gallina. La gallina colabora poniendo los huevos y el cerdo se implica perdiendo su vida. Guardando las distancias –que evidentemente son grandes–, para que venga un hijo a este mundo de forma natural hacen falta un hombre y una mujer. Y como bien sabemos el papel que juegan el hombre y la mujer son cualitativamente diferentes. El hombre –al igual que la gallina–, colabora. Pero es la mujer la que se implica, y presta a ese nuevo ser su cuerpo y todo lo que de ello se deriva, creando entre ambos unos lazos biológicos y sentimentales que duran toda la vida y que comienzan en el momento mismo de la concepción. Por eso el amor de una madre no tiene parangón. Esto no quiere decir que el amor del padre sea un amor de segunda fila, pero no cabe duda de que, queramos o no queramos, esos nueve meses marcan: la madre siente, el padre observa; la madre percibe, el padre sueña; la madre alimenta, el padre sustenta; la madre sufre, el padre consuela.
P.D.: En agradecimiento a mi hija María de los Ángeles que en breve me hará abuelo por cuarta vez.
P.D.: En agradecimiento a mi hija María de los Ángeles que en breve me hará abuelo por cuarta vez.
Gracias a tí! Qué bien me va a venir ahorita un abuelo prejubilado
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