Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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domingo, 12 de agosto de 2018

DUENDE



La noche cedía el relevo a un nuevo día. El sol, volvió a abrirse paso entre las nubes grises disipando las sombras que perezosamente se desdibujaban.
Esa mañana fue el sol -y no los ladridos de Duende- lo que despertó a Daniela.
Abrió los ojos y pensó en su pequeño perro. Dos lágrimas corrieron por sus cándidas mejillas al pensar que ya nunca le despertaría su alegre ladrido.
Saltó de la cama y corrió a la cocina donde María
-su Tata- preparaba el alimento diario. Se echó sobre su regazo y abrazándola, volvió a llorar desconsolada.
María, que conocía el motivo de su llanto, la tomó en sus brazos. Se sentó en la butaca, donde el balanceo y los consejos acallaron el encogido corazón de la pequeña.
-No llores, mi niña. Duende ya era viejecito y tenía que abandonar este mundo. Su tiempo en esta vida ya terminó.
-Y ¿por qué tiene que acabar? Respondió Daniela.
- Pues, porque en la vida todo tiene un tiempo.
¿Te has fijado -continuo María- en los rosales de la entrada?. No queda ni una sola rosa. Ya ves, fueron desapareciendo cuando cumplieron su misión.
Esta respuesta le llevó a otra pregunta.
-¿Entonces tú me dejarás pronto, como Duende?
A María se le saltaron las lágrimas y abrazando a Daniela le dijo:
-Sí, también tengo mi tiempo, pero no te preocupes, yo siempre te cuidaré.
-¿Entonces -pregunto Daniela- es el tiempo el culpable de que las rosas se marchiten, de que Duende se haya muerto y de que tú un día me abandones? ¡¡Si yo consiguiera detenerlo!!
-No mi niña –respondió María-, el tiempo no se puede detener, lo único que podemos hacer es aprovecharlo.
-¡Daniela Daniela, mira, ya viene, ahí está!
Al igual que cada mañana una humareda blanca y un ensordecedor pitido anunciaba el paso del tren de las doce.
-¿Has visto, Daniela? No falla, a la misma hora de todos los días. Si no existiera el tiempo el tren nunca saldría de la estación.
-¿Entonces -respondió Daniela-, es el tiempo el que mueve al tren?
-No -sonrió María-. Es el tiempo el que va en el tren.
Daniela puso cara de extrañeza, y abrazando a su Tata cerro los ojos, para no ver el tren que se alejaba con el tiempo.
El día cedió el relevo a la noche, y las sombras perezosamente volvieron a dibujar negras formas.
Daniela, desde su cama pensó:
-Lleva razón María. Este día ya se marchó en el tren, como Duende.
Entre sollozos cerró sus negros ojos y -al igual que la nube blanca del tren- su cuerpo se fue desvaneciendo hasta quedar inmerso en un profundo sueño.
Su cuerpo estaba inmóvil, pero por su cabeza revoloteó un sueño:
Estaba en una gran ciudad, y un pitido familiar le hizo dirigir sus pasos a un majestuoso edificio. Tenía dos grandes puertas por donde entraban multitud de personas, hombres y mujeres de todas las edades.
Su curiosidad le hizo atravesar una de las puertas, y antes sus ojos apareció una gran estación con multitud de trenes que salían y entraban continuamente.
Paralizada quedo en medio del andén. Ella estaba acostumbrada al tren de las doce que pasaba por delante de su jardín, ¡¡pero, tantos trenes...!! De pronto notó que alguien le tocó en la espalda suavemente. De un salto giró todo su cuerpo y sus ojos se clavaron en una cara rechoncha y bonachona, con una sonrisa que se dibujaba detrás de un enorme bigote.
- Hola señorita, ¿se puede saber que hace usted parada? En esta estación esta prohibido perder el tiempo. Para eso ya está el tren número cinco.
Ante la cara atónita de Daniela, el buen hombre
-que era el encargado de dirigir la estación-, la cogió de la mano y sentándose en el único banco que había -porque allí no se iba a perder el tiempo-, le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Daniela.
-Muy bien, ¿y se puede saber a qué has venido?
Daniela se encogió de hombros.
Ante la cara de extrañeza de la pequeña, el buen hombre de cara rechoncha y bonachona le dijo:
-Se ve que no sabes dónde estas, ni como has venido, pero yo te lo voy a explicar. Estás en la estación del tiempo y todo el que entra en ella tiene que coger un tren.
Daniela, mirando fijamente al encargado, le pregunto:
-¿Y qué tren?
-Ah, eso es una cosa tuya.
-¿Mía? -respondió Daniela.
-Sí. Si observas hay muchos trenes, pero lo importante es montarse en el que te conviene.
Daniela no salía de su asombro. Observaba cómo todo el que entraba en la estación iba directo a uno de los muchos trenes que partían sabe Dios adónde. Todos menos el número cinco que estaba sin moverse en el centro de la estación.
-Bueno, Daniela, ya sabes dónde estas y para qué has venido. Corre a coger tu tren.
Sin saber cómo corrió en dirección a los trenes, y sin saber cómo, volvió a quedarse paralizada en medio del andén. Las piernas le temblaban y un sudor frío comenzó a correr por su frente:
-¿Qué tren coger?
Miró a su alrededor, se acordó de María y sin dudarlo dos veces grito:
- ¡¡¡María, María, ayúdame!!!
Daniela se despertó asustada de sus propios gritos, y saltando de la cama corrió a la cocina donde María -su Tata- preparaba el alimento diario. Se echó sobre su regazo y abrazándola le dijo:
- María, María, tengo que contarte lo que he soñado esta noche.
La tomo en sus brazos. Se sentó en la butaca donde el balanceo y el relato de Daniela acallaron el corazón de la pequeña.
-María, me tienes que explicar el sueño. ¡Hay tantas cosas que no entiendo!
- Bueno, bueno. Vamos por partes.
-Si te das cuenta, Daniela, todo lo que hacemos en esta vida necesita un tiempo y un esfuerzo. El tiempo lo pone Dios y el esfuerzo el hombre.
Como te dije la otra mañana, tenemos que aprovechar el tiempo. Debemos tomar decisiones, que es lo mismo que coger el tren. Y los trenes siempre salen puntuales y no esperan a nadie.
-¿Y si hay muchos trenes -respondió Daniela-, cómo sabré el que tengo que coger?
-Como eres pequeña tendrás que hacer caso a tus padres: ellos te dirán.
-¿y cuándo sea mayor?, preguntó Daniela.
-Pues cuando seas mayor tendrás el regalo de la libertad. Deberás aprender a utilizarla para saber en qué tren te tienes que montar.
-¿Y si lo pierdo?
- Pues tendrás que esperar a que pase otro.
- ¿Y habrá un último tren? -pregunto Daniela.
-Si, será el mismo que te trajo a la vida.
-¿El mismo?
-Sí, el mismo. Pero con la diferencia de que es el único tren en que Dios nos coge de la mano; en los anteriores somos nosotros los que podemos coger la mano a Dios.
-Explícame eso, María, que no lo he entendido.
-Mira -continuó María-. Dios nos ha hecho dos regalos fabulosos: la vida y la libertad. Con la libertad nos podemos montar en el tren que queramos, pero lo importante es saber descubrir el tren que quiere Dios. Por eso tenemos que cogernos de su mano para no equivocarnos de tren.
-¿Y si nos equivocamos?
-No importa -respondió María-. Él siempre está esperándonos en la estación?
-¡María, María! mira, mira ¡ya viene! ¡ahí está!
Al igual que cada mañana una humareda blanca y un ensordecedor pitido anunciaba el paso del tren de las doce.
Daniela, sin quitar los ojos del tren que se alejaba preguntó:
-María, ¿y el tiempo de donde sale?
-Del amor, Daniela, del amor.
Daniela puso cara de extrañeza y abrazando a su Tata cerró los ojos y pensó:
-Gracias, María, por tu tiempo. Gracias, María, por tu amor.
FIN




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