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viernes, 28 de diciembre de 2018

EL VIENTO


EL VIENTO
Viento soy..., vueltas doy..., y después de muchos, muchos años, aquí estoy, disfrutando de mi compromiso:  los niños. Cansado de tantos "dimes y diretes", de tanto complicar lo sencillo, de tanto dudar de la verdad, volveré a contar lo que vi, viví y sentí.
Recuerdo, que esa noche la temperatura del mar superaba en cinco o seis grados  la de la tierra, dando lugar a que yo me desplazara produciendo una suave brisa por el desierto de Jerusalén. Sin quererlo, me encontré inmerso en un remolino donde cada uno contaba los sonidos  que había transportado. Un aire fresco que venía de la noche contó que un ángel le había dicho a unos pastores que en la ciudad de David había nacido el Salvador. Un aire cálido proveniente del Oriente relató que tres magos seguían una estrella que los llevaría al Rey de los Judíos. Y por último, un viento seco y caluroso contó las aventuras de un matrimonio joven, que iban a empadronarse a Belén; él por nombre José, y su esposa María, que  estaba encinta. 
Yo, por naturaleza curioso, porque una de mis funciones es propagar el sonido, y cómo no las conversaciones, tomé la determinación de investigar noticias tan inquietantes:  Unos reyes, un ángel y un salvador. Salí como pude del remolino, y como aire que soy, tomé la dirección del Oriente, y extendí mi ser por el desierto. En unos minutos comencé a notar unas vibraciones que parecían llegar de un campamento. Dejé caer mi frescor, y al instante fui elemento material por el que discurría la conversación de unos personajes,  y los gruñidos de  unos camellos. Nunca llegué a saber si eran reyes o magos; solo sé que su tono era sobrio y majestuoso y que se llamaban Melchor Gaspar y Baltasar. Por lo que pude entender, su preocupación era una estrella. Al parecer, tenían el convencimiento de que la misma les conduciría a la presencia del Rey de los Judíos, al que querían adorar. Habían realizado un largo e incómodo viaje siguiendo la estrella de día y de noche, y próximos ya a Jerusalén, la estrella desapareció del firmamento. Esa noche fue larga, no dejaron de rastrear todas las constelaciones del cielo que vislumbraban. A la mañana siguiente tomaron una decisión: dirigir sus pasos a Jerusalén y preguntar por ese niño al que querían adorar.
Volví a tomar altura y puse rumbo a los cielos. Pensé que si conseguía localizar la estrella tendría respuesta a muchos de los interrogantes.  Además, estaba seguro que la estrella me lo contaría todo, pues al fin y al cabo, éramos casi compañeros y el espacio nuestra casa común.
La mañana comenzaba a clarear y el sol desperezaba las últimas sombras. -Allí, allí. No pude remediarlo. Fue tal la alegría, y con ellas tales prisas, que pase de brisa a casi huracán. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba delante de una estrella tan reluciente, que hacía sombra al sol. Le pregunté que quien era, pues nunca había visto una estrella con tanta luz. Me dijo que estaba cumpliendo una misión muy importante: -conducir a unos magos a Belén de Judá.
No entiendo nada, le respondí:  Belén era un pueblo pequeñito, pero muy conocido; cualquier comerciante de caravanas podría haber llevado a los magos allí.  No te equivoques, me respondió: no estoy aquí por Belén, sino por lo que va a suceder en Belén. ¿Y qué va a suceder? -le pregunté-. Me respondió con un destello que me hizo perder altura: -No todos lo entenderán.
El sol calentó la tierra del desierto y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para volver a Jerusalén. Allí me enteré de que los magos preguntaron al rey Herodes y, cómo este, reunió a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo  para interrogarles donde había de nacer el Mesías: En Belén de Judás, le dijeron, pues así está escrito por medio del profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentara a mi pueblo, Israel".
Fui atando cabos: los reyes estaban en lo cierto, y la estrella era una realidad. Solo me quedaba comprobar lo del recién nacido, al que uno llamaban el Mesías y otros el Rey de los Judíos. Como no tenia certeza del lugar, tomé la determinación de seguir a los Magos. Pasé desapercibido, pues el viento es una constante en estas tierras. Volví a ser portador de las conversaciones de sus majestades. La alegría que tenían me hizo adivinar que sus temores habían desaparecidos. Entonces, me eleve todo lo que pude y observé con alegría que la estrella volvía a presidir su camino. Fue cuestión de tiempo. Todos los datos confirmaban que estábamos en la dirección correcta. Preguntaron a unos pastores que -apoyados en su cayado- vigilaban el ganado. Su respuesta fue clara y concisa:  -¿El Mesías? Sí. A un tiro de piedra hay un montículo; si seguís todo recto veréis unas cuevas: allí lo encontraréis. La alegría volvió a envolver el tono de voz de todos y cada uno de los magos. Hasta la respiración de los camellos denotaba el esfuerzo por llegar a tan ansiado destino.
Yo me adelanté aprovechando mí volatilidad. Me acerqué sin que se movieran ni una sola de las acacias que bordeaban la colina.  Y sentí  por primera vez en mi vida una sensación impropia de mi naturaleza: Noté frío y calor, alegría y temor. Mi curiosidad comenzó a tener mala conciencia. Me abrí paso entre un grupo de pastores  y ... sentí que unas manitas  me acariciaban suavemente, jugaban con el aire -conmigo- y sonreía, y me hizo sonreír. No puedo explicar lo que sentí. Y me dejé querer, y me dejé tocar, y me dejé dormir, y... ¡hasta me respiró! y pasé cerca de su corazón, y... note al Mesías, al Salvador, a mi Dios...  Embelesado estaba, cuando una voz recia me hizo bajar  de mi cielo. Los Magos, porque para mí desde ese momento no habría más reyes, ofrecieron oro, incienso y mirra, y de rodillas lo adoraron y lo acariciaron, y si no le cantaron fue por esa tonta vanidad que impide a la sencillez  ser sencilla, como aquel Niño.
Los Magos tenían prisa, yo ninguna, pero la brisa se mueve y esa era mi vida. Aproveché y acompañé a los Magos en su despedida. ¿Por qué tanta prisa? Después... me enteré. El Rey Herodes les había dicho que cuando encontraran al niño, se lo comunicara para ir él también a adorarle.  Sin embargo, tuvieron un sueño que les avisó para que volvieran a su país por otro camino.
También me enteré de que María y José salieron a toda prisa, pues un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
Al final logré entender la prisa de los magos, y cómo no, la de la Sagrada Familia.
Unos días después, se produjo en los cielos de Belén y en toda su comarca, un ruido extraño. Un ruido como el que hace el viento cuando pasa  por las rendijas de las puertas y tejados. Pero no, ese ulular estaba producido por los alaridos de las madres a la que les eran arrebatados sus hijos : "Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande; es Raquel que llora por sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen".
Yo, impresionado por tanta maldad, cruce los cielos, y me dirigí a Egipto  hacia donde partió la Sagrada Familia. Ya tenían noticia de todo lo sucedido y ... "María conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
No podía permitir que los magos ignoraran la maldad de Herodes.   Aproveché una subida de temperatura para tomar altura y puse dirección al Oriente, por donde los magos volvian a su país . Tenía grabado en mi memoria los sonidos que brotaban de su caravana, y no fue difícil localizarlos. El problema que se me presentaba era como comunicarme con ellos. Yo podía oírlos pero ellos  solo me percibían por mi molesta presencia.  Estaba perdido. Me acorde del Niño, mi Dios, y le pedí un favor: Que mi ulular se convirtiera en sonido. Y así fue. Y les pude hablar, y me pudieron entender.  Y todo se lo conté, y sintieron dolor en su corazón.
Melchor, qué parecía tener la voz cantante, propuso:  -Es cierto que nuestro actuar ha estado imbuido por un misterio que no logramos entender. Pero hemos sido dóciles a una llamada y hemos recibido una recompensa que marcará nuestras vidas. Por lo tanto, propongo que a partir de este momento dediquemos nuestras existencia a los niños. Gaspar, tocándose la barba, dijo: -Querido Melchor,  me parece una buena idea, ¿pero cómo llegaremos a tantos niño? Baltasar, que hasta ese momento estaba en un silencio expectante, repuso: -¿Y... cómo hemos llegado hasta Belén?  Tomó la palabra Melchor y contestó: -Siguiendo la estrella.  -No solo -replico Baltasar-, también hemos puesto confianza, ilusión y esperanza. Por lo tanto, propongo que todo niño que en la fecha del nacimiento del Niño Dios nos pida con confianza, ilusión y esperanza un regalo, se lo haremos llegar. 
Desde ese día, la vida de los Magos, que iba a ser larga, muy larga, la dedicaron a lo que ellos llamaron el Día de Reyes.
Y yo, desde ese momento proclamé a los cuatro vientos que los Reyes existen, pero existen para los que son como niños y como niños nunca pierdan la ilusión,  que es el verdadero regalo, pues... nace del corazón.
                              
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