Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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viernes, 12 de abril de 2013

DOS CARACTERES



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ODOS TENEMOS EXPERIENCIA EN QUE NO ES NADA FÁCIL: DOS CARACTERES, DOS PUNTOS DE VISTA, DOS GUSTOS, DOS PERSONAS CON SUS VIRTUDES Y SUS DEFECTOS.

NO HAY DOS PERSONAS IGUALES. SOMOS ÚNICOS E  IRREPETIBLES.
                                                           
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ES EVIDENTE QUE SOMOS únicos e irrepetibles; cada uno, de nuestro padre y de nuestra madre y cada uno con sus cadaunadas.

            Me puedo hacer un poco pesado, pero no se me ocurre otra solución: Si de verdad nos queremos, tenemos que querernos con nuestros defectos y con nuestra virtudes. La persona ideal no existe, y seríamos unos egoístas si sólo estuviésemos contentos con aquello de nuestro cónyuge que fuese de  nuestro agrado. Me viene a la memoria la letra de una canción, de la conocida y admirada Rocío Jurado:

Sólo se te escapa una sonrisa
cuando tienes ganas de mujer.

            O esta otra situación, que no es de ninguna canción:

Sólo se te escapa una sonrisa
cuando quieres que te lleve al Corte Inglés.
           
            Querer a alguien con sus defectos nos llevará a tratar de ayudarle a mejorar, corrigiéndole con delicadeza y paciencia.

            Hay que saber distinguir entre los defectos y los caracteres. En lo segundo es buena la diversidad y la complementariedad, pues así tenemos más recursos al afrontar los problemas que se nos presenten. No obstante, sería un error querer que el otro fuera y actuara como a mí me gusta: esto sólo se puede conseguir libremente y por amor; es decir, yo hago esto por que le gusta a mi mujer; o, al revés, yo me pongo esto por que le agrada a mi marido.
            Oí la anécdota de un matrimonio que tenían continuas discusiones a causa del tubo de pasta de dientes: él era muy impulsivo y apretaba el tubo por donde le parecía, y ella, más ordenada, cada vez que tenía que utilizarlo se lo encontraba deformado. Después de muchos años de discusión a causa del dichoso tubo, llegaron a una solución salomónica: colocar en el mueble del cuarto de baño dos tubos de dentífrico, uno para cada uno.

            Dicen los expertos que dos personas tienen mayor probabilidad o garantía de llegar a quererse irrevocablemente cuanto mayor sea su grado de afinidad. Filosóficamente esta verdad se enuncia desde hace siglos diciendo que «lo semejante ama lo semejante», «la semejanza es causa del amor; la desemejanza, causa de odio». Sin embargo, cuando esa semejanza se da en los defectos, o alguien cede o los problemas están garantizados.

            Me viene a la memoria otra historieta que leí hace tiempo. El hecho se sitúa en una pequeña aldea de Galicia, donde un matrimonio ya entrado en años discutían sobre quién cenaba el único huevo duro que había en la mesa:
—El huevo para mí —decía el marido—.
            A lo que respondía la señora:
—De eso nada, el huevo es para mí.
            Después de una tensa discusión y sin llegar a ningún acuerdo, el marido amenazó a su mujer:
—O me como el huevo o me muero.
—Pues muérete.
            El hombre se fue a la cama y en tono amenazador le dijo a su mujer:
—Llama al cura que me he muerto.
            Todo se precipitó. Vino el cura, se llamó al sepulturero y al día siguiente el marido estaba siendo velado por los vecinos de la pequeña aldea. De vez en cuando su mujer se acercaba al lecho y le preguntaba con voz sigilosa:
—El huevo, ¿para mí o para ti?
—¡Para mí!
            La mujer, entre sollozos volvía a tomar asiento junto a sus apenadas vecinas. Llegó la hora y la comitiva se puso en marcha hacia el cementerio. Ante el cariz que tomaba la situación la señora pidió que abrieran el féretro para despedirse por última vez de su esposo. Abriendo la tapa, le susurró al oído:
—El huevo, ¿para mí o para ti?
—¡¡¡Para mí!!!
            Entonces, sin poder contener las lágrimas ordenó que continuaran. Todo llegaba a su fin y antes de introducirlo en la fosa, la señora volvió a pedir darle el último adiós a su querido esposo. Con voz entrecortada y temerosa le volvió a decir:
—El huevo, ¿para mí o para ti?
—¡¡¡Para mí!!!
            Así que, ella con voz temblorosa le dijo al sepulturero:
—Haga su trabajo.

            Yo espero que nuestra cabezonería no llegue a esos extremos, pero muchas veces el no ceder, el no dar nuestro brazo a torcer da lugar a verdaderas tragedias.

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