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sábado, 17 de junio de 2017

LA FAMILIA RESUELVE MUCHOS DE LOS PROBLEMAS QUE TRATAN DE SOLUCIONAR LAS LEGISLACIONES.



La familia resuelve muchos de los problemas que tratan de solucionar las legislaciones.

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         Me vienen a la memoria los años de mi juventud en mi barrio, el Cerro del Águila. Barrio periférico y humilde de Sevilla, allá por los años sesenta. 

         Las familias eran las alas de la gallina clueca donde se recibía el calor y la solución a los no pocos problemas algunos básicos que nos acuciaban en aquellos años de penuria.

         La infraestructura y los servicios públicos se limitaban a un alcantarillado de los de aquellos tiempos, y a la recogida de basuras. El agua había que transportarla desde una fuente que se encontraba en el Matadero Municipal, y el carbón y la leña eran el combustible que consumían las humildes y económicas cocinas de aquella época.

         En la calle nos conocíamos todos y ante un problema, era la vecindad la que arrimaba el hombro. Recuerdo que había una matrona a la que se acudía cuando se presentaba la hora de incrementar el número de habitantes de nuestro barrio, aunque en más de una ocasión eran las vecinas las que ejercían de comadronas ante una necesidad que no podía esperar. La calle educaba y el temor ante la amenaza de un vecino se lo voy a decir a tus padres, te libraba de cometer más de una gamberrada; la autoridad ejercía; el maestro educaba y la religión era veleta que orientaba nuestras inquietudes. Las tertulias veraniegas en las puertas de la calle eran "telediarios locales interactivos", pues todos participaban y era fuentes inagotables del saber popular.  No me resisto a reseñar una vivencia personal en unas de esas tertulias veraniegas. Un día me lance y conté el siguiente chiste:
Una cabaña, un indio dentro con una india y otro indio fuera:
–¿Quién está haciendo el indio?

         Hubo sus risas, y la reprimenda de una de las vecinas que me llamó al orden. No se me olvidó nunca, pues me ha servido para pensar desde entonces en lo que voy a decir, y dónde lo voy a decir.

         Ni que decir tiene, que en todas las épocas cuecen habas, y que los problemas familiares y personales acompañaban la existencia cotidiana.

         Actualmente, el Cerro del Águila ha pasado a ser como yo digo un poco en broma un barrio autosuficiente. Hemos ganado muchas cosas en el plano material, pero hemos perdido otras que son más importantes que las materiales.

         ¿Pero sólo en el Cerro del Águila? Creo que no. En la actualidad estamos siendo gobernados frecuentemente por personas que desconocen la condición humana y su carácter trascendente, pues no legislan a favor de la familia, sino en su contra no pocas veces. Todos sabemos que la acción de la familia solucionaría más de uno de los problemas que se tratan de remediar con unas leyes que al poco tiempo quedan sin efectividad, arrolladas por la realidad del problema que que­rían atajar, y que son sustituidas por una nueva legislación que correrá la misma suerte que la anterior. Se me ocurre un ejemplo: es como si le hiciéramos un agujero a un barco que zozobra para darle salida al agua.

         Cuando el hombre pierde el sentido de su existencia, y piensa que no hay nada ni nadie que le trascienda, es su yo, sus intereses, los que marcan el rumbo de su conducta. Para estas personas la ley es papel mojado que utilizarán a su conveniencia: "Justicia, Señor, pero en la casa de enfrente".
         Si destruimos la institución matrimonial y el lugar donde la persona recibe los valores que ningún otro estamento es capaz de suplir, la sociedad se resentirá y la convivencia será cada vez más complicada.

         C. S. Lewis, en El problema del dolor, lo resume de una forma clara:

Si siendo cobarde, vanidoso y perezoso, aún no le ha causado mayor daño a un semejante, es solo porque el bienestar de su prójimo todavía no ha entrado en conflicto con su propia seguridad, con su autocom­placen­cia, o con su comodidad. Todo vicio lleva a la crueldad.

                     Y no digamos cuando los hombres se atreven a meter sus manos en el tapiz de la vida –concepción y muerte–, y se sienten con el derecho a enmendar la plana a Dios, erigiéndose en dueño y señor de algo que no domina; agujereando con leyes la dignidad del ser humano, y decidiendo sobre quién tiene derecho o no a comenzar o a finalizar su vida. 


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