EL PROBLEMA DEL SEÑOR "X"
No creo que sea exagerado suponer que siete de cada diez que lean estas líneas tendrán algún tipo de dificultad con algún otro ser humano. Las personas que nos emplean o las que son empleados nuestros, las que comparten nuestra casa o aquellas con las que compartimos la suya, nuestros parientes políticos o nuestros padres o nuestros hijos, nuestra esposa o nuestro marido nos están haciendo la vida, en el trabajo o en el hogar, más difícil de lo que sería necesario en estos días. (...) Un amigo lejano nos pregunta por qué estamos tan malhumorados y la respuesta salta a la vista.
En ocasiones así, el amigo lejano suele decir: "¿Por qué no habla con ellos? ¿Por qué no se reúne con su esposa (o con su marido, o con su padre, o con su jefe o con su patrona o von su huésped) y lo resuelve hablando? La gente suele ser razonable. Todo lo que se debe hacer es conseguir que vean las cosas a la verdadera luz. Explíqueselo de forma tranquila razonable y pacífica". Pero nosotros, veamos lo que veamos exteriormente pensamos con tristeza: "No conoce a X". Nosotros sí, y sabemos lo imposible que resulta hacerla entrar en razón.
(...) Nosotros sabemos, en efecto, que cualquier intento de hablar con "X" naufragará en el viejo y fatal defecto del carácter de "X". (...) Hasta cierta edad mantuvimos tal vez la ilusión de que algún golpe de suerte -una mejoría del estado de salud, un aumento de salario, el fin de la guerra- resolviera las dificultades. Pero ahora lo sabemos mejor. (...) Incluso si nos hiciéramos millonarios, nuestro marido seguiría siendo un matón, o nuestra esposa seguiría bebiendo o tendríamos que seguir viviendo con nuestra suegra en casa.
Entender que es así significa un gran paso adelante. Me refiero a arrostrar el hecho de que, aún cuando todas las cosas exteriores marcharán bien, la verdadera felicidad seguirá dependiendo del carácter de las personas con las que tenemos que vivir, algo que nosotros no podemos cambiar.
Y ahora viene lo importante. Cuando vemos estas cosas por primera vez, tenemos un destello de que algo semejante le debe ocurrir a Dios. A esto es, en cierto modo, a lo que Dios mismo debe enfrentarse. El ha previsto un mundo rico y hermoso en el que poder vivir. Nos ha dado inteligencia para saber cómo se puede usar y conciencia para comprender que uso se debe hacer de él. (...) Pero después de haber hecho todo esto, ve malogrados sus planes -como nosotros vemos malogrados nuestros pequeños planes- por la maldad de las propias criaturas. Convertimos las cosas que nos ha dado para ser felices en motivos de disputa y envidias, de desmanes, acumulación y payasadas.
Podemos decir que para Dios todo es diferente, pues Él podría, si quisiera, cambiar el carácter de las personas, cosa que nosotros no somos capaces de hacer. Pero esta diferencia no es tan decisiva cómo podemos pensar al principio. Dios se ha dado a sí mismo la regla de no cambiar por la fuerza el carácter de las personas. Dios puede y quiere cambiar a las personas, pero solo si las personas quieren que lo haga. En este sentido, Dios ha limitado real y verdaderamente Su poder. (...) Prefiere un mundo de seres libres, con sus riesgos, que un mundo de personas que obraran rectamente como máquinas por no poder hacer otra cosa.
(...) Hay dos aspectos en que el punto de vista de Dios debe ser muy diferente del nuestro. En primer lugar, Dios ve, como nosotros, que las gente en nuestra casa o nuestro trabajo es peliaguda o difícil en diverso grado, pero cuando examina ese hogar, esta fábrica o esta oficina, ve más de una persona de esa condición, y ve a una que nosotros nunca vemos. Me refiero, por supuesto, a cada uno de nosotros mismos. Entender que nosotros somos también ese tipo de persona es el siguiente paso hacia la sabiduría. También nosotros tenemos un defecto fatal en el carácter. Las esperanzas y planes de los demás han naufragado una vez tras otra en nuestro carácter, como nuestros planes y esperanzas han naufragado en el de los demás.
(...) Dios ve todos los caracteres, yo todos menos el mío. La segunda diferencia es la que sigue. Dios ama a las personas a pesar de sus imperfecciones. (…) No digamos, "para Él es muy fácil, Él no tiene que vivir con ellos". Tiene. Dios está dentro y fuera de ellos. (…) Cualquier pensamiento vil de su mente (y de la nuestra), cualquier momento de rencor, envidia, arrogancia, avaricia y presunción se alza directamente contra Su paciencia y amor anhelante, y aflige Su espíritu más de lo que se aflige el nuestro.
(…) Sugiero un razonamiento que debemos imponernos a nosotros mismos: abstenerse de pensar en las faltas de las gentes a menos que lo requieran nuestros deberes como maestro o como padre. ¿Por qué no echar a empujones de nuestra mente los pensamientos que entren innecesariamente en ella? ¿Por qué no pensar en los propios defectos en vez de pensar en las faltas de los demás? (…) Entre todas las personas difíciles de nuestra casa o nuestro trabajo hay una que podemos mejorar mucho.
(…) ¿Cuál es, a la postre, la alternativa? Vemos con suficiente claridad que nada, ni siquiera Dios con todo Su poder, puede hacer que "X" sea realmente feliz mientras siga siendo envidioso, egocéntrico y rencoroso. Dentro de nosotros hay, seguramente, alguna cosa que, a menos que la cambiemos, no permitirá al poder De Dios impedir que seamos eternamente miserables (...).
C. S. Lewis
Dios en el banquillo
(RIALP)
No creo que sea exagerado suponer que siete de cada diez que lean estas líneas tendrán algún tipo de dificultad con algún otro ser humano. Las personas que nos emplean o las que son empleados nuestros, las que comparten nuestra casa o aquellas con las que compartimos la suya, nuestros parientes políticos o nuestros padres o nuestros hijos, nuestra esposa o nuestro marido nos están haciendo la vida, en el trabajo o en el hogar, más difícil de lo que sería necesario en estos días. (...) Un amigo lejano nos pregunta por qué estamos tan malhumorados y la respuesta salta a la vista.
En ocasiones así, el amigo lejano suele decir: "¿Por qué no habla con ellos? ¿Por qué no se reúne con su esposa (o con su marido, o con su padre, o con su jefe o con su patrona o von su huésped) y lo resuelve hablando? La gente suele ser razonable. Todo lo que se debe hacer es conseguir que vean las cosas a la verdadera luz. Explíqueselo de forma tranquila razonable y pacífica". Pero nosotros, veamos lo que veamos exteriormente pensamos con tristeza: "No conoce a X". Nosotros sí, y sabemos lo imposible que resulta hacerla entrar en razón.
(...) Nosotros sabemos, en efecto, que cualquier intento de hablar con "X" naufragará en el viejo y fatal defecto del carácter de "X". (...) Hasta cierta edad mantuvimos tal vez la ilusión de que algún golpe de suerte -una mejoría del estado de salud, un aumento de salario, el fin de la guerra- resolviera las dificultades. Pero ahora lo sabemos mejor. (...) Incluso si nos hiciéramos millonarios, nuestro marido seguiría siendo un matón, o nuestra esposa seguiría bebiendo o tendríamos que seguir viviendo con nuestra suegra en casa.
Entender que es así significa un gran paso adelante. Me refiero a arrostrar el hecho de que, aún cuando todas las cosas exteriores marcharán bien, la verdadera felicidad seguirá dependiendo del carácter de las personas con las que tenemos que vivir, algo que nosotros no podemos cambiar.
Y ahora viene lo importante. Cuando vemos estas cosas por primera vez, tenemos un destello de que algo semejante le debe ocurrir a Dios. A esto es, en cierto modo, a lo que Dios mismo debe enfrentarse. El ha previsto un mundo rico y hermoso en el que poder vivir. Nos ha dado inteligencia para saber cómo se puede usar y conciencia para comprender que uso se debe hacer de él. (...) Pero después de haber hecho todo esto, ve malogrados sus planes -como nosotros vemos malogrados nuestros pequeños planes- por la maldad de las propias criaturas. Convertimos las cosas que nos ha dado para ser felices en motivos de disputa y envidias, de desmanes, acumulación y payasadas.
Podemos decir que para Dios todo es diferente, pues Él podría, si quisiera, cambiar el carácter de las personas, cosa que nosotros no somos capaces de hacer. Pero esta diferencia no es tan decisiva cómo podemos pensar al principio. Dios se ha dado a sí mismo la regla de no cambiar por la fuerza el carácter de las personas. Dios puede y quiere cambiar a las personas, pero solo si las personas quieren que lo haga. En este sentido, Dios ha limitado real y verdaderamente Su poder. (...) Prefiere un mundo de seres libres, con sus riesgos, que un mundo de personas que obraran rectamente como máquinas por no poder hacer otra cosa.
(...) Hay dos aspectos en que el punto de vista de Dios debe ser muy diferente del nuestro. En primer lugar, Dios ve, como nosotros, que las gente en nuestra casa o nuestro trabajo es peliaguda o difícil en diverso grado, pero cuando examina ese hogar, esta fábrica o esta oficina, ve más de una persona de esa condición, y ve a una que nosotros nunca vemos. Me refiero, por supuesto, a cada uno de nosotros mismos. Entender que nosotros somos también ese tipo de persona es el siguiente paso hacia la sabiduría. También nosotros tenemos un defecto fatal en el carácter. Las esperanzas y planes de los demás han naufragado una vez tras otra en nuestro carácter, como nuestros planes y esperanzas han naufragado en el de los demás.
(...) Dios ve todos los caracteres, yo todos menos el mío. La segunda diferencia es la que sigue. Dios ama a las personas a pesar de sus imperfecciones. (…) No digamos, "para Él es muy fácil, Él no tiene que vivir con ellos". Tiene. Dios está dentro y fuera de ellos. (…) Cualquier pensamiento vil de su mente (y de la nuestra), cualquier momento de rencor, envidia, arrogancia, avaricia y presunción se alza directamente contra Su paciencia y amor anhelante, y aflige Su espíritu más de lo que se aflige el nuestro.
(…) Sugiero un razonamiento que debemos imponernos a nosotros mismos: abstenerse de pensar en las faltas de las gentes a menos que lo requieran nuestros deberes como maestro o como padre. ¿Por qué no echar a empujones de nuestra mente los pensamientos que entren innecesariamente en ella? ¿Por qué no pensar en los propios defectos en vez de pensar en las faltas de los demás? (…) Entre todas las personas difíciles de nuestra casa o nuestro trabajo hay una que podemos mejorar mucho.
(…) ¿Cuál es, a la postre, la alternativa? Vemos con suficiente claridad que nada, ni siquiera Dios con todo Su poder, puede hacer que "X" sea realmente feliz mientras siga siendo envidioso, egocéntrico y rencoroso. Dentro de nosotros hay, seguramente, alguna cosa que, a menos que la cambiemos, no permitirá al poder De Dios impedir que seamos eternamente miserables (...).
C. S. Lewis
Dios en el banquillo
(RIALP)
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