HAY VECES QUE NOS DUELE MÁS LO QUE OPINAN LOS DEMÁS DE LAS TRAVESURAS DE NUESTROS HIJOS, QUE LAS MISMAS TRAVESURAS.
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Es propio de la condición humana juzgarnos los unos a los otros.
Las situaciones más comunes adquieren unas connotaciones distintas en función del auditorio. No es lo mismo que le llamen a uno la atención a solas que en público. En la segunda situación, al tirón de orejas se añade lo que pensarán los testigos de esa llamada al orden. Es evidente que nuestra reacción será distinta en una u otra situación.
En no pocas ocasiones nuestros hijos se rebelan contra nuestras órdenes o indicaciones, y tratan de echarnos un pulso, haciendo patente esa rebeldía que todos llevamos dentro. Estas situaciones, que en el ámbito familiar se suelen resolver con paciencia y con alguna que otra carantoña, en el ámbito social –qué dirán o qué pensarán– pueden llenarnos de impaciencia al sentirnos observados cuando se pone en duda nuestra autoridad.
No hemos de perder los papeles ni dejarnos influenciar por el espectáculo que a veces pueden dar nuestros hijos. No nos puede doler más lo que opinen los espectadores que la travesura de nuestros hijos. Es más, en estas situaciones tendremos que actuar como siempre, buscando el bien de nuestros hijos, y pensando que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.
Se me viene a la memoria una anécdota que contaba un profesor con muchas horas de vuelo; puede servir de pauta en situaciones comprometidas:
Tras darle la nota de un examen, un alumno sale airado de la clase dando un portazo y gritando:
−Y una m… pa ti.
Todo el alumnado quedó en un silencio expectante y fijos sus ojos en el profesor ultrajado. Este, sin perder la sonrisa y la calma, comentó:
−¿Os habéis dado cuenta de la falta de respeto de vuestro compañero? Tendría que haber dicho: −Y una m… pa usted.
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