Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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jueves, 29 de septiembre de 2016

TENEMOS PRISA POR DISFRUTAR...


TENEMOS PRISA POR DISFRUTAR...

Tenemos prisas por disfrutar en esta vida y huimos del sacrificio y de las contrariedades. Grave error: «el que pierda su vida por amor  a mí, la encontrará; y el que guarde su vida para sí, la perderá». (Lc. 17, 33)

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         En la sociedad hedonista –lo importante en ella es pasarlo bien y huir de lo que conlleve sacrificio–, eso "de perder la vida" no puede entenderse. Si el sacrificio se hace por el bienestar del propio cuerpo o por la vanidad de sentirse admirados, se acepta lo que haga falta: planes de comidas, ejercicios extenuantes, operaciones... Pero si los mejores esfuerzos hay que dedicarlos a los demás, las pegas surgen inmediatamente: justificaciones muy "racionales", opiniones muy "objetivas"... El caso es escurrir el bulto.
         Hay veces que ese egoísmo o falta de espíritu de sacrificio se da en el ámbito familiar, y entonces nos encontramos, y es solo un ejemplo, con las lamentables situaciones de unos padres desatendidos por sus propios hijos.

         Una persona que desatiende sus obligaciones familiares y sociales por una desordenada búsqueda de la su felicidad, no podrá ser feliz nunca. Le ocurrirá lo que al estudiante –y todos hemos tenido experiencia– que desatiende la preparación de un examen por estar en la calle con sus amigos y, sin embargo, no es capaz de disfrutar porque su conciencia le recuerda continuamente que tiene que preparar el examen del día siguiente.

         Qué alegría y qué satisfacción, por el contrario, irse a la tumba con la certeza de haber sido útil a los demás; y qué buen ejemplo para nuestros hijos y para los que nos rodean.


         El papa Benedicto XVI, en su encíclica Dios es Amor, n. 6, nos recuerda la urgente necesidad que tiene nuestra sociedad del verdadero amor:

En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca... El amor –caritas– siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive «solo de pan», una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano.


jueves, 22 de septiembre de 2016

HAY QUIEN CORRE POR LLEGAR PRIMERO, Y HAY QUIEN CORRE POR LLEGAR ANTES.



HAY QUIEN CORRE POR LLEGAR EL PRIMERO Y HAY QUIEN CORRE POR LLEGAR ANTES.

Hay quien corre para llegar el primero, y hay quien corre para llegar antes. los dos corren, pero por distintos motivos: ¿cuál es el tuyo?

Si no hubiera meta, nadie terminaría la carrera.

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         Como he dicho en la introducción, conocerse es de vital importancia, es fundamental conocer la naturaleza del hombre.

         Estas palabras de Julián Marías vienen muy bien para reflexionar sobre esta cuestión:

El cuerpo me dice qué soy, pero no quién soy. El quién es propio del alma. El cuerpo me dice que estoy hecho de carbono, oxígeno, nitrógeno, calcio, hierro, etc. Pero la personalidad, la simpatía, la cordialidad, la amabilidad, la sinceridad, el orgullo, la soberbia, la mentira, el odio, la venganza, son defectos y virtudes espirituales. Un chequeo médico descubre mi cuerpo enfermo: que soy diabético, que tengo colesterol, o que soy miope; pero al mismo tiempo mi espíritu, mi ánimo, mi alegría, mi optimismo pueden ser muy saludables. Aunque haya cierto influjo entre el cuerpo y el alma, evidentemente el hombre no se reduce a lo que es su cuerpo, sino que es más importante quién es su persona: esto es algo que trasciende la materia.

         Y Juan Pablo II escribió en su encíclica Fe y razón, n. 1:

Vivimos ajetreados. Queremos hacer muchas cosas y no tenemos tiempo para nada. Giramos en círculo y no avanzamos. Y es que no hay horizonte. Muchos ignoran el sentido de la vida. Ignoran el porqué y para qué de la vida. Sin embargo todo ser racional debería preguntarse; ¿Qué hago en la vida? ¿A dónde voy? ¿Qué hay después de esta vida?

Si me conozco y conozco la condición humana, nada me ha de quitar la paz: ni mis miserias ni las de mis semejantes. Solo tendré que preguntarme cuál es la motivación de mis actos y poner los medios para que esa carrera que es la vida tenga una orientación y una meta.

     Por lo tanto, lo importante no es ser ni alto, ni bajo, ni listo, ni torpe, ni simpático, ni antipático..., sino saberlo y aceptarlo. 


lunes, 12 de septiembre de 2016

FUERA PREJUICIOS Y RESPETOS HUMANOS



 FUERA PREJUICIOS Y RESPETOS HUMANOS

         Estas dos formas de comportarse impiden nuestro crecimiento como persona.

         La primera –los prejuicios– son como unas orejeras que nos impiden ver lo que no entra en nuestro campo visual. Todos tenemos la experiencia de habernos formado un juicio equivocado de alguna persona o institución –que no nos caen bien–, apoyándonos en  detalles o comentarios sin ningún fundamento. Un prejuicio es una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Como decía Albert Einstein, «es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».

         Y los respetos humanos son como un freno que nos impide actuar con naturalidad. Someten a la persona al qué dirán, al qué pensarán, al miedo al ridículo, a la incapacidad de dar a conocer sus sentimientos y sus puntos de vista. Los respetos humanos paralizan a la persona. Si conseguimos vencerlos, seremos más libres, sencillos y naturales; de lo contrario, iremos por la vida como el labriego que volvía del campo con su hijo en el cuento del conde Lucanor:

Iba orondo sobre su asno, satisfecho de la vida, cuando se topó con un vecino, que le afeó su conducta:
–¿Qué, contento? ¡Y al hijo que lo parta un rayo!
Se apeó el viejo y montó el hijo en el asno. Poco más adelante se encaró una mujer con ellos:
–¡Cómo! –exclamó indignada. ¿A pie el padre? ¡Vergüenza le debía dar al mozo!
–Bajó éste del burro, y tras él caminaban padre e hijo cuando alguien les lanzó una indirecta:
–¡Cuidado, que se cansa el asno!
No sabiendo qué hacer, montaron ambos. Andaba cansino el burro el último trecho del camino cuando alguien les voceó de nuevo: ¡Se necesita ser bestias! ¿No veis que el pobre animal no puede con su alma? 


miércoles, 7 de septiembre de 2016

La verdad no se discute: la verdad se busca



LA VERDAD NO SE DISCUTE: LA VERDAD SE BUSCA

Comienzo con una canción de Antonio Machado:

¿Tu verdad? No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

         He tratado de profundizar en el concepto de verdad y he desistido, pues hay infinidad de teo­rías filosóficas que hacen difícil encontrar una definición que aclare esta palabra tan manoseada. Pero me quedo no con una definición, sino con unas palabras que han ayudado a millones de mujeres y hombres a que su vida haya estado enfocada a la búsqueda de la Verdad (con mayúsculas): «Yo soy el camino la verdad y la vida»[1].

         No cabe duda que buscar la verdad tiene un riesgo, pues si uno llega a ella ya no se puede dejarla escapar, hay que tener la valentía de deshacerse de todos los sucedáneos que la condición humana busca para justificar sus caprichos y torpezas.

         Estar en la ignorancia de las cosas conlleva un riesgo que a veces desemboca en tragedias. El ignorante es fácilmente manipulable, inseguro en el decir y en el obrar. Además, si no se conoce la realidad de las cosas no se les puede sacar el máximo provecho.

         La ignorancia es en ocasiones invencible, no se puede evitar. Pero la mayor parte de las veces procede de la falta de vencimiento personal. Porque la verdad hay que buscarla, con esfuerzos y sacrificios, sin subterfugios. Ya lo afirmó Pascal: «Muchos están siempre dispuestos a negar todo aquello que no comprenden». Machado también lo expresó a su manera: «Desprecian cuanto ignoran».


[1] Juan 14.6 


EL HOMBRE NO HA CAMBIADO: SOLO HAN CAMBIADO LAS CIRCUNSTANCIAS.



El hombre no ha cambiado: solo cambian las circunstancias

         Es muy divertido y entrañable repasar los álbumes de fotos que todos conservamos en nuestro hogar. Uno advierte los cambios que se han producido en el aspecto físico y en la indumentaria; todo nos parece tan lejano en el tiempo y a la vez tan cercano en los sentimientos…

         ¿Qué observamos en esas fotos? Imágenes por las que ha pasado el tiempo, pero que representan a la persona que soy. Es verdad que uno es la misma persona, pero a la vez distinta en vivencias y en circunstancias. Ciertamente han variado las circunstancias externas, pero ¿y la condición humana?

         El hombre siempre se ha sentido mal ante un suceso triste o doloroso; alegre ante una buena noticia; lleno de envidia ante los éxitos de su semejante; rencoroso ante una jugada que le han hecho o extasiado ante la belleza de un paisaje.

         La naturaleza del hombre no cambia. La condición humana de todos los tiempos hace que todos experimentemos la avaricia, la generosidad, la vanidad, el odio, la venganza, la ambición, la entrega, la bondad, la ale­gría...

La juventud de hoy está corrompida hasta el corazón. Es mala, atea y perezosa. Jamás será lo que la juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura.

         Esta afirmación, que se podría escuchar en nuestros días, corresponde a... una inscrip­ción grabada en una tablilla babilónica del siglo XI a. de C.

         Y si queréis una de sexo, sugiero la lectura de la historia de Susana que se cuenta en el libro del profeta Daniel[1]





[1] Daniel 13, 1-64.

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sábado, 3 de septiembre de 2016

EL QUE TIENE BOCA SE EQUIVOCA...



EL QUE TIENE BOCA SE EQUIVOCA.  NO HAY QUE TENER MIEDO A EDUCAR.  ES PREFERIBLE EQUIVOCARSE EN EL INTENTO A NO INTENTARLO POR MIEDO A EQUIVOCARSE.


Flota en el ambiente un equívoco –so capa de respeto a la libertad- que dice que nuestros hijos, cuando sean mayores, ya tendrán tiempo de decidir sobre una serie de cuestiones que marcarán su camino en esta vida tan rica y compleja.  Este razonamiento conlleva a una falta de exigencia en algunos aspectos de su educación.  Unos por comodidad y otros por no complicarnos la existencia.  Así quedan expuestos al influjo exterior: escuela, amigos, medios de comunicación, modas, etc.; que se encargan de aleccionar a esa criatura indefensa en base a intereses económicos, ideológicos, etc.

Dado que los padres somos los primeros educadores, no podemos hacer dejación de nuestros derechos por miedo a equivocarnos; pues podría ocurrir, que el día de mañana nuestros hijos nos echaran en cara esa falta de exigencia:

– Sí tú sabías que eso era así, ¿por qué no has sido más exigente conmigo?

Como botón de muestra copio un texto de Gilbert K. CHESTERTON (Razones para la fe. Styria) que puede dar luz a nuestros miedos:

He aquí una frase que oí el otro día a una persona muy agradable e inteligente, y que cientos de veces he oído a cientos de personas. Una joven madre dijo: "No quiero enseñarle ninguna religión a mi hijo. No quiero influir en él;  quiero que elija por sí mismo cuando sea mayor". Ése es un argumento corriente,  que se repite con frecuencia, y que, sin embargo, nunca se aplica de verdad. Por supuesto que siempre la madre influirá sobre su hijo. De la misma manera la madre podía haber dicho: "Confío en que escogerá a sus propios amigos cuando crezca; por eso no quiero presentarle ni a primas ni a primos".
Sin embargo, la persona adulta en ningún caso puede escapar de la responsabilidad de influir sobre el niño; ni siquiera cuando se impone  la enorme responsabilidad de no hacerlo.  La madre puede educar al hijo sin elegirle una religión; pero no sin elegirle un medio ambiente. Si ella opta por dejar a un lado la religión, está escogiendo ya el medio ambiente; y además,  un medio ambiente funesto y antinatural. Para que su hijo no sufra la influencia de las supersticiones y tradiciones sociales, la madre tendrá que aislar a su hijo en una isla desierta y allí educarlo.  No obstante, está escogiendo la isla, el lago y la soledad; y es tan responsable de obrar así como si hubiera escogido la secta de los mennonitas o la teología de los mormones.  Es del todo evidente, dicen, para quien piense durante dos minutos, que la responsabilidad de encauzar la infancia pertenece al adulto, por la relación existente entre éste y el niño, completamente al margen de las relaciones de religión y de irreligión. Pero la gente que repite esta fraseología no la piensa dos minutos. No intenta unir sus palabras con la razón, con una filosofía. Han oído ese argumento aplicado a la religión, y nunca piensan en aplicarlo a otras cosas fuera de ella.  Nunca piensan en extraer esas diez o doce palabras de su contexto convencional y tratar de aplicarlas a cualquier otro contexto. Han oído que hay personas que se resisten a educar a los hijos aun en su propia religión. Igualmente podría haber personas que se resistieran a educar a los hijos en su propia civilización.  Si el niño cuando sea mayor puede preferir otro credo, igualmente cierto es que puede preferir otra cultura. Puede molestarse por no haber sido educado como un buen sueco burgués; puede lamentarse profundamente no haber sido educado como un sandemanian ( ...). De la misma manera puede lamentar haber sido educado como un caballero inglés y no como un árabe salvaje del desierto. (...)  Pero, evidentemente, alguien ha tenido que educarlo para llegar a ese estado de lamentar tal o cual cosa; y la responsabilidad más grave de todas es tal vez la de no guiar al niño hacia ningún fin.