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jueves, 25 de agosto de 2016

DOS VERDADES A MEDIAS: ¿QUÉ HABREMOS HECHO MAL? O ¡QUÉ BIEN LO HEMOS HECHO!




DOS VERDADES A MEDIAS: ¿QUÉ HABREMOS HECHO MAL? O ¡QUÉ BIEN LO HEMOS HECHO!

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Los años, al igual que la altura, nos van descubriendo un panorama y una amplitud de miras que facilitan la comprensión y el juicio de los avatares que rodean nuestra existencia, y como no, la de nuestros hijos.

No pocas veces los padres nos replanteamos nuestros criterios educativos en función de los éxitos o fracasos de nuestros hijos.  En otras ocasiones nos cuestionamos por qué en una misma familia –donde los hijos han recibido los mismos criterios educativos– aparecen comportamientos diametralmente opuestos.

Todo esto está muy bien, pero no podemos olvidar que cada ser humano es único e irrepetible, no hay dos personas iguales.  Nuestros hijos tienen una serie de rasgos biológicos y genéticos heredado de sus progenitores, pero con caracteres diferentes: introvertidos, reservados, listos, espontáneos, cabezones, habilidosos, alegres, rencorosos y, un largo etcétera.

¿Y por qué son así?  Pues yo sinceramente no lo sé.  Seguro que hay expertos que  podrían darnos luces.  Lo que sí podríamos hacer, es adaptar nuestras recetas a las características de nuestros hijos.  Aquí no sirve café para todos: a hijos diferentes, trato diferente.

Tenemos que ponerles delante de la realidad.  Orientarles y hacerles valer esos talentos que Dios les ha dado; porque al final son ellos y solamente ellos los que decidirán su  camino.  Por lo tanto los padres no tenemos que tener el dilema de si lo hemos hecho bien o mal: hemos hecho lo que buenamente hemos podido o sabido y, ellos –estrenando su libertad– harán lo que crean conveniente.  Pero no nos quepa la menor duda de que siempre tendrán el referente de la educación recibida en la familia.

Hace años, oí a una conferenciante, referir qué piensan los hijos de sus progenitores: Hasta los diez o doce años, consideran a sus padres como los mejores, los más listos, los más fuertes, etc., etc.  Entre los trece y los veinte años los padres son una plasta: pesados, dictadores, agarrados y un largo etcétera.  A partir de los veinte y pocos y ante una decisión importante: voy a consultarlo con mis padres.  Y cuando ya son mayores y en muchos casos los padres hemos pasado a mejor "vida": ojalá estuviesen aquí mis padres.



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