OPINAR SOBRE LA SOLUCIÓN DE UN PROBLEMA ES FÁCIL. LO DIFÍCIL ES MANTENER ESA OPINIÓN CUANDO UNO SE ENCUENTRA INVOLUCRADO EN ESE MISMO PROBLEMA:
Una cosa es predicar y otra dar trigo.
Quién no ha presenciado una discusión so-bre un tema de actualidad, en la que los interlocutores solucionan ¡todos! los problemas que afectan a la humanidad en un abrir y cerrar de ojos. ¡Resulta tan fácil opinar sobre cuestiones que otros tienen que solucionar!
Sin embargo, cuando nos vemos inmersos en el problema, y su solución pasa por ceder, por perdonar, o por ponernos en el lugar del otro, la exigencia se vuelve lentitud; la objetividad, subjetividad; la certeza, engaño, y la verdad, rumor.
Detrás de los problemas siempre hay personas. Unas que los causan, otras que los sufren y otras que pueden colaborar o mediar en su solución.
Detrás de los problemas siempre hay personas. Unas que los causan, otras que los sufren y otras que pueden colaborar o mediar en su solución.
No nos tenemos que ir muy lejos para ver esta realidad, pues en no pocas familias se producen situaciones que enturbian la convivencia y dan lugar a pequeñas o grandes tragedias. Siempre nos arrastra la condición humana: el egoísmo, la soberbia, la vanidad, la cabezonería… Y siempre también la
solución pasa por una mejora personal.
solución pasa por una mejora personal.
Recuerdo una historia que leí y que viene como anillo al dedo:
Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su labora-torio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de siete años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lugar. Viendo que era imposible que se fuera, pensó en algo que pudiese darle para que se entretuviera. Vio una revista en la que venía el mapa del mundo: ¡justo lo que precisaba! Con unas tijeras lo cortó en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: "Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie". Calculó que al pe-queño le llevaría días recomponer el mapa, pero no fue así. Pasados unos minutos, escuchó la voz del niño: "Papá, papá, ya lo he acabado". Al principio no dio crédito a las palabras del niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiera conseguido re-componer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo propio de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz? Le dijo: "Hijo mío, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo has logrado recomponerlo?". "Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa vi que por detrás había un hombre dibujado. Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglarlo, di la vuelta a la hoja y vi que había arreglado al mundo".
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