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miércoles, 9 de octubre de 2013

ANTE CUALQUIER CONFLICTO, LA CULPA SIEMPRE ES DE LOS DOS.



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NTE CUALQUIER CONFLICTO, LA CULPA SIEMPRE ES DE LOS DOS: EL QUE CREA QUE LLEVA RAZÓN, QUE SE CALLE. Y EL QUE CREE QUE NO LA LLEVA,  POR ESO MISMO, QUE SE CALLE TAMBIÉN.

UNO, POR EQUIVOCARSE, Y EL OTRO,
POR NO DAR SU BRAZO A TORCER.

Ï

               
—OYE, ¿por qué estás tan gordo?
            —Por no discutir.
            —Venga, no será por eso…
            —Bueno. Si tú lo dices, no será por eso.

            Hay un refrán muy conocido que dice: «Para que dos no discutan, basta que uno no quiera».

            En una discusión siempre hay dos opiniones que entran en conflicto. Cuando el tema es opinable, la discusión sería de besugos, ya que los dos pueden tener sus propias razones y ninguno ha de sentirse equivocado.

            En otras ocasiones la razón está objetivamente de una parte, es decir uno lleva la razón y el otro no. Lo ideal entonces es que la conversación y el razonamiento lleven al otro a aceptar lo evidente. No obstante puede ocurrir que la otra parte no acabe de entender o de ver la solución. En ese caso, de nada serviría perder los nervios ante la sinrazón del otro, y por lo tanto, lo mejor sería posponer la cuestión para otro momento.

            No es un tema fácil. Incluso el que cree que lleva la razón lo tiene más difícil. Y si esto ocurre  en las dos direcciones, el conflicto está servido.
 
            Todo conflicto tiene un proceso. Hay una primera etapa de incubación en la que el estado de ánimo está predispuesto —por cansancio o por otras causas— a no pasar ni una; se busca cualquier nimiedad para organizarla:

            —¡Me estas buscando y  me vas a encontrar!
            La segunda etapa es la del desahogo: las partes en conflicto pierden los papeles y tratan de llevar el agua a su molino. Y la tercera, la de agotamiento": una de las partes cede sin conceder y la calma tensa —al igual que después de la tormenta— vuelve al seno familiar.

            En condiciones normales el tiempo y el perdón dan lugar a la reconciliación; no obstante cuando es el carácter de uno el que da lugar a continuos enfrentamientos, al otro se le pueden pasar por la cabeza muchas cosas: «Estoy cansado de ceder». «Es que no le dirijo la palabra mientras no me pida perdón». «No le dejaré pasar ni una más». «Me pondré a su altura y le haré lo mismo yo a él», y un largo etcétera.     

            No te lo aconsejo plantear una contienda en plan guerra fría o guerra de trincheras. La experiencia es de todos conocida: en toda guerra hay vencedores y vencidos. Y si uno tiene además una visión cristiana de la vida, todas las circunstancias adversas pueden ser encauzadas con mayor plenitud humana.

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