Educar. Arte, ciencia y paciencia.

Educar. Arte, ciencia y paciencia.

lunes, 8 de julio de 2019

LOS HIJOS VIENEN AL MUNDO PORQUE DIOS LO QUIERE, PERO RESPETANDO LA VOLUNTAD DE LOS PADRES.


LOS HIJOS VIENEN AL MUNDO PORQUE DIOS LO QUIERE, PERO RESPETANDO LA VOLUNTAD DE LOS PADRES.  

En el punto 3 de la introducción, comentábamos que los padres somos colaboradores de Dios. Solo de dicha colaboración surge la persona. El alma, la dimensión espiritual del hombre, es creada por Dios; los padres ponemos en marcha, mediante el acto sexual, las leyes biológicas.  Esto es bueno que lo tengamos claro los padres y que lo enseñemos a nuestros hijos: no estamos aquí por casualidad, por azar. Estas son las palabras que utiliza el hombre para encubrir todo aquello que no comprende. Cuando lo anterior no está claro, nuestros hijos pueden llegar a pensar que somos los culpables de que hayan nacido sin su consentimiento.  

Dios no impone nunca su voluntad. Quiere hijos, no esclavos. Hasta Él mismo engendra a su hijo pidiendo la venia a la Virgen María:

El Ángel del Señor anunció a María, Y concibió por obra del Espíritu Santo.

He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

Y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros.

Nada ni nadie nos puede imponer el número de hijos; son los esposos, los que de una forma libre, responsable y generosa, tienen que tomar esa decisión.  Recuerdo de mis años mozos que en los patios de mucha casas había pozos artesanales, que surtían a las familias del preciado líquido. Un brocal, que delimitaba su perímetro; una polea, por la que se deslizaba la cuerda de la que colgaba un cubo, que impactaba en el agua sumergiéndose en la profundidad lentamente. Después, había que tirar con fuerza de la cuerda hasta alcanzar por el asa el cubo rebosante de un agua cristalina.  

Apoyándome en la imagen anterior, los hijos son como sacar agua de un pozo: cuesta, pero... es lo único que puede quitarnos la sed de trascendencia; la sed de nuestra soledad; la sed de conocer el sentido de nuestra existencia. Esta agua limpia y fresca dará lozanía a nuestro matrimonio, convirtiéndolo en un vergel donde florecen hijas e hijos de Dios. Puede ocurrir que a veces esa agua no llegue a nuestro pozo: Dios sabe más. Si somos personas generosas, ese amor lo podremos poner al servicio de las muchas necesidades que acucian a nuestra sociedad. En otras ocasiones, el egoísmo, los miedos y la comodidad son los que agujerearan el cubo, haciendo imposible la generación de nuevas criaturas y vaciando de contenido ese tirar de la cuerda. Además, esa generosidad o ese egoísmo lo palpan los hijos y lo hacen suyo.  Transcribo una reflexión que una chica joven le hacía a su marido: «José, el otro día agotada de tanto trajín, me dejé caer en el sofá y cerrando los ojos, me planteé las siguientes preguntas: ¿Cuántas diversiones nos hemos perdido por causa de nuestros hijos? ¿Cuántos recursos materiales les dedicamos? ¿Cuántas horas de sueño perdidas?… Estaba inmersa en estas cuestiones, cuando un "te quiero mamá" de Natalia y un abrazo del más pequeño me devolvieron a la realidad. He tratado de comparar esa sensación con la de los viajes, cenas, conciertos, etcétera, y no hay color. Nuestros hijos son un continuo presente y no un algo que pasó o un algo que se disfrutó, pero que se escapó con su tiempo. Me alegro, Dios mío, de que hayamos puesto la vida por delante de todo».