QUE NADIE ME QUITE MI LIBERTAD, PERO QUE ALGUIEN CARGUE CON MI RESPONSABILIDAD.
Creo que una de las primeras cosas que tenemos que enseñarles a nuestros hijos es el verdadero significado de una serie de palabras que circulan en su entorno y que han sido vaciadas de contenido, hasta el punto de que son expresiones que lo mismo valen para un roto que para un descosido, y que se utilizan en función de intereses personales o partidistas.
Una de esas palabras es "libertad". Acudamos a una de las acepciones del Diccionario de la RAE: «Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos».
En esta definición hay mucha tela que cortar. Lo primero que tenemos que tener claro es que la libertad es una facultad natural, es decir, viene inserta en la naturaleza del ser humano y por tanto en la de nuestros hijos. De ahí que tengamos que educar respetándola porque, como indica la definición, nuestros hijos pueden obedecernos o no obedecernos, estudiar o no estudiar, respetarnos o no respetarnos, hacer el bien o hacer el mal… En definitiva, ser felices –y hacernos felices– o ser unos infelices –y hacernos infelices también a nosotros.
Otro aspecto de la definición es la cuestión de la responsabilidad. Hay que hacerles ver y sentir en sus propias carnes que todo acto humano tiene su repercusión –positiva o negativa– en ellos mismos y en los que les rodean. Es más, si no la tuviera –premio o castigo–, los estaríamos engañando, haciéndoles un flaco servicio a su desarrollo como persona social. Si observamos, muchas situaciones negativas actuales son consecuencia de pensar o decir: –¡No pasa nada! ¡Déjalo, sabe Dios lo que le queda que pasar...!
Tenemos que hacerles ver que la libertad absoluta no existe, que nuestra libertad termina donde comienza la del otro y, que cuando la invadimos, faltando al respeto de los demás, se produce el conflicto. Hacerles ver los límites y las consecuencias de su actuar será una lección de utilidad para toda su vida y evitará en más de una ocasión que tengan que pronunciar estas palabras: –¡Si lo llego a saber…!
En definitiva, se trata de que nuestros hijos capten de una forma racional la verdad de lo que les rodea, haciéndoles ver que las cosas son de una determinada manera y no de otra.
Comenta Leonardo Polo que «sin el encuentro con la verdad el hombre no se desarrolla como tal sino que se queda en la situación de infantilismo y, en consecuencia, a los treinta años es un idiota. Porque el hombre está hecho para la verdad. Quien no tiene sentido de la verdad tampoco tiene sentido de la ley, no percibe el valor de una ley, esto es, no se da cuenta de lo que es una ley y de su carácter obligatorio. La ley se debe cumplir porque es ley y no por el hecho de que si no se cumple haya un castigo (…). Es muy importante que haya una cierta despersonalización de la educación, de que el interés del niño positiva o negativamente no esté determinado por las órdenes de sus padres, sino que esté determinado por un elemento impersonal que es la verdad».
Una de esas palabras es "libertad". Acudamos a una de las acepciones del Diccionario de la RAE: «Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos».
En esta definición hay mucha tela que cortar. Lo primero que tenemos que tener claro es que la libertad es una facultad natural, es decir, viene inserta en la naturaleza del ser humano y por tanto en la de nuestros hijos. De ahí que tengamos que educar respetándola porque, como indica la definición, nuestros hijos pueden obedecernos o no obedecernos, estudiar o no estudiar, respetarnos o no respetarnos, hacer el bien o hacer el mal… En definitiva, ser felices –y hacernos felices– o ser unos infelices –y hacernos infelices también a nosotros.
Otro aspecto de la definición es la cuestión de la responsabilidad. Hay que hacerles ver y sentir en sus propias carnes que todo acto humano tiene su repercusión –positiva o negativa– en ellos mismos y en los que les rodean. Es más, si no la tuviera –premio o castigo–, los estaríamos engañando, haciéndoles un flaco servicio a su desarrollo como persona social. Si observamos, muchas situaciones negativas actuales son consecuencia de pensar o decir: –¡No pasa nada! ¡Déjalo, sabe Dios lo que le queda que pasar...!
Tenemos que hacerles ver que la libertad absoluta no existe, que nuestra libertad termina donde comienza la del otro y, que cuando la invadimos, faltando al respeto de los demás, se produce el conflicto. Hacerles ver los límites y las consecuencias de su actuar será una lección de utilidad para toda su vida y evitará en más de una ocasión que tengan que pronunciar estas palabras: –¡Si lo llego a saber…!
En definitiva, se trata de que nuestros hijos capten de una forma racional la verdad de lo que les rodea, haciéndoles ver que las cosas son de una determinada manera y no de otra.
Comenta Leonardo Polo que «sin el encuentro con la verdad el hombre no se desarrolla como tal sino que se queda en la situación de infantilismo y, en consecuencia, a los treinta años es un idiota. Porque el hombre está hecho para la verdad. Quien no tiene sentido de la verdad tampoco tiene sentido de la ley, no percibe el valor de una ley, esto es, no se da cuenta de lo que es una ley y de su carácter obligatorio. La ley se debe cumplir porque es ley y no por el hecho de que si no se cumple haya un castigo (…). Es muy importante que haya una cierta despersonalización de la educación, de que el interés del niño positiva o negativamente no esté determinado por las órdenes de sus padres, sino que esté determinado por un elemento impersonal que es la verdad».
(Del libro Educar. Arte, ciencia y paciencia)