El engaño que engancha: "y seréis como dioses".
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En el libro del Génesis 3, 1-7, se relata la tentación de nuestros primeros padres. El demonio le vende la bicicleta a Eva, y Eva, con su persuasión de mujer, convence a Adán de que también coma del árbol prohibido:
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: –¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?
Respondió la mujer a la serpiente: –Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, bajo pena de muerte.
Replicó la serpiente a la mujer: –De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.
Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
C. S. Lewis en el prólogo de su libro Cartas del diablo a su sobrino, comenta lo siguiente:
En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero.
Hay dos dichos que centran la cuestión: "El diablo, sabe más por viejo que por diablo y "El diablo es el padre de la mentira". No cabe duda de que esa experiencia y sabiduría la aplica estupendamente a la hora de tentar al ser humano y encauzarle a la perdición. Todos tenemos experiencia: nos anima con argumentos simples pero sutiles y cargados de medias verdades –eres libre para hacer lo que te plazca; quién se va a enterar; todo el mundo lo hace; si no lo haces tú, seguro que lo hará otro; no seas antiguo, etc., etc.– a realizar aquello de lo que nuestra conciencia nos advierte y reprende. Después de la caída nos damos cuenta de que esa libertad mal entendida nos deja con las manos sucias y la garganta seca. En este segundo estado la tentación es más fácil, pues la desesperación y la soberbia nos llevan a una huida hacia adelante.
La vida es como un gran hipermercado: todo a la vista, todo al alcance da la mano; pero como en la vida, no todo lo que se puede echar en el carro nos conviene. No podemos olvidarnos de que al final del trayecto están la caja y la cajera.