No son las circunstancias las que tienen que cambiar para que haya una mejora: es la persona la que debe luchar para que cambien las circunstancias o para saber afrontarlas con sinceridad y valentía.
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¡Qué mala suerte la mía, no doy una a derechas! Quizás hayamos oído o repetido en más de una ocasión esta expresión. No siempre las cosas salen a nuestro gusto y todos tenemos la experiencia de haber pasado, o de estar pasando por situaciones difíciles.
Si nuestro sistema inmunológico está bajo de defensas, cualquier enfermedad puede convertirse en una situación de riesgo. Igual ocurre en nuestro estado anímico. Si somos personas con poco espíritu, ante el más mínimo problema nos hundiremos. Y, –como sabemos por experiencia–, los problemas y las dificultades nos acompañan a lo largo de nuestra existencia, de modo que el hundimiento puede llegar a ser total.
Si por el contrario tenemos la capacidad de reflexionar ante situaciones adversas –de ver los pros y los contras– y de afrontar con fortaleza los problemas que se nos presentan, no cabe duda de que habrá una mejora y se convertirán en retos personales. A veces los problemas no tienen solución, y un problema que no tiene solución no es un problema: es otra cosa.
Y si tenemos un mínimo de sentido común y de humildad recurriremos a una persona de criterio que pueda aconsejar, teniendo claro que la decisión y la responsabilidad es siempre personal. Pero si una especie de tonta soberbia nos impide pedir ayuda, como si fuéramos poco menos que superhombres, al final nos vendrán bien estos versos de Bécquer:
Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.